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Un compañero de Universidad le hizo saber que el gobierno enviaría un mensaje al Senado, al principio de la sesión, pidiendo permiso para matar al coloso inmediatamente. Otro profesor que era verdaderamente amigo suyo le detuvo para comunicarle algo referente á la vida íntima universitaria. Popito había desaparecido, sin que el Padre de los Maestros encontrase el más leve rastro de su paradero.

Media hora después llegó frente á la casa un capataz de los que Pirovani tenía á su servicio y al que confiaba siempre las misiones difíciles. Era un chileno avispado y muy ágil para salir de apuros, al que sus compatriotas apodaban el Fraile por haber sido sus maestros los dominicos de Valparaíso.

Detrás de ellas había, a la antigua usanza, un patio para ciertos menestrales que, por su edad, su categoría de maestros u otra circunstancia cualquiera, repugnaban subir a la cazuela y juntarse a la turba alborotadora. Del techo pendía una araña, cuajada de pedacitos de vidrio en forma prismática, con luces de aceite.

Pero él conocía demasiado el oculto propósito de las nuevas doctrinas, y en cuanto a los que combatían en España los principios de los escolásticos, los que negaban la autoridad de los antiguos maestros, las especies inteligibles, los fantasmas de la representación y hasta la inmortalidad del alma racional, no eran sino aliados del extranjero o instrumentos del Demonio.

A más de esto, le asediaba el partido con sus exigencias de disciplina, gozaba del afecto del jefe, a cuya tertulia no le era lícito faltar, y tenía que ocuparse de la educación de sus hijos, dos muchachos irreprochables, que profesaban las ideas sanas de su padre y merecían los elogios de sus antiguos maestros, los buenos sacerdotes de la Compañía.

Juan Claudio se levantó como indignado, desatose el mandil, alzó los hombros y volvió luego a sentarse exclamando: ¿Sabe usted quién es ese loco? Pues se lo voy a decir. Es seguramente uno de esos maestros de escuela alemanes que se atiborran la cabeza de rancias historias del tiempo de Maricastaña y que las refieren con la mayor gravedad.

Y por consiguiente llamáis héroes y grandes hombres á los que más destruyen y matan. ¡Per Bacco! para hombres notables, de verdadero mérito, dignos de toda gloria, los artistas que tenemos en Italia, los que edifican en lugar de destruir, los que han creado las bellezas artísticas de mi noble Pisa, los que ennoblecen á toda la nación, los Andrés Orcagna, Tadeo Gaddi, Giottino, Stefano, Simón Memmi, maestros cuyos colores sería yo indigno de mezclar.

El alto personaje se sentó en él, teniendo á un lado al obsequioso traductor. Todo el cortejo universitario permaneció detrás, rígido y en profundo silencio, esperando que sonase la voz autorizada del maestro de los maestros. Hasta los doctores revoltosos cesaron en sus risas juveniles y sus atrevidos comentarios al sentarse Momaren.

Algunas noches se llena la casa de guitarristas y bailaoras: cuantas muchachas de Sevilla aprenden el cante y el baile. Con ellas van sus maestros y sus familias y hasta los más remotos parientes; todos se hinchan de aceitunas, de salchichón y de vino, y doña Sol, sentada en un sillón como una reina, pasa las horas pidiendo baile tras baile, todos los de la tierra.

Y comenzó para Maltrana la vida de asilado: una existencia de sumisión, de disciplina, endulzada por el estudio y por los goces que le proporcionaba su superioridad sobre los compañeros. Los maestros mostraron por él gran predilección. El director, con toda su grandeza, que le hacía ser considerado en la casa como un ser casi divino, le conocía y se dignaba recordar su nombre.