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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Quién hincaba el diente en el novio, hambrón madrileño, con mucho aparato y sin un ochavo, venido allí a salir de apuros con las onzas del señor Joaquín. Quién describía satíricamente la extraña figura de Lucía la mocetona, cuando estrenase sombrero, sombrilla y cola larga.

A su vez estaba casado, bastantes años hacía, con la hija de un comerciante de Zaragoza, llamado D. Tomás Osorio, padre también del conocido banquero madrileño del mismo nombre, que tenía su hotel con honores de palacio en el barrio de Salamanca, calle de Ramón de la Cruz.

Juanón daba patadas de impaciencia. ¿Pero y Salvatierra? ¿Dónde estaba don Fernando?... El Madrileño no le había visto, pero sabía, le habían dicho, que estaba en Jerez aguardando la entrada de la gente. También sabía, o más bien, le habían dicho, que la tropa estaría con ellos. La guardia de la cárcel andaba en el ajo.

Adelante, Juanón. ¡Pa lo que vale la vida!... Marchaban silenciosos, con la cabeza baja, como si fuesen a embestir a la ciudad. Trotaban cual si deseasen salir lo antes posible de la incertidumbre que les acompañaba en su carrera. El Madrileño explicaba su plan. A la cárcel seguidamente: a sacar a los compañeros presos. Allí se les uniría la tropa.

El Madrileño emplea el nombre de Salvatierra, como si obrase por orden suya, y muchos afirman, como si le hubieran visto, que don Fernando está escondido en Jerez y se presentará en el momento de la revolución. ¿Qué sabes de esto?... Fermín movió la cabeza con aire incrédulo. Salvatierra le había escrito algunos días antes, sin manifestar propósitos de volver a Jerez.

Engomado, teñido, peinado y reluciente a fuerza de cosméticos, y bailando sobre las puntas de los pies, por no permitirle andar de otra manera el calzado estrechísimo, que le torturaba, sin disimularlos del todo, dos morrocotudos juanetes, entró con grande prisa en la terraza el tío Frasquito, tío universal de toda la Grandeza de España, y de aquellos sus adyacentes de nobles de segundo orden, ricachos de todos cuños, notabilidades políticas y literarias, capigorrones de oficio, aventureros atrevidos y personajes anónimos que forman el todo Madrid de la corte, el abigarrado dessus du panier del gran mundo madrileño.

Los grupos se rehicieron: pero más pequeños, menos compactos. Ya no eran más que unos seiscientos hombres. El crédulo caudillo blasfemaba con voz sorda. A ver: que venga el Madrileño: que nos explique esto. Pero fue inútil buscarle. El Madrileño había desaparecido en la dispersión, se había ocultado en las callejuelas al sonar los disparos, como todos los que conocían la ciudad.

La muchacha con quien hablas es una criatura inocente, me entiende usted, y cándida como una paloma... Yo la estimo a ella y a toda la familia... La he confesado desde chiquita... Sentiría que con tu labia de madrileño turbases el alma de esa pobre niña...

No es posible afirmar de un modo terminante de quién partió tan salvadora idea, aunque no es aventurado el pensar que brotó en el cerebro malicioso de algún joven madrileño de los que gustan pescar, no en laguna tranquila, sino en río revuelto. Porque este género de excursiones es venero inagotable de riqueza para los mocitos aprovechados.

Yo tengo en Bilbao un amigo que se compró a mismo trescientas toneladas de brea. No se trata de un bilbaíno, sino de un madrileño. A poco de llegar al café del bulevar, este chico dijo que necesitaba brea. En Maxim's hubiese pedido whisky, pero en el café del bulevar se le desarrollaron apetitos de más importancia. Quería brea, muchas toneladas de brea, y cuanto antes, mejor.

Palabra del Dia

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