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Actualizado: 1 de julio de 2025
En esa época, no era raro que en los distritos de provincia se procediera como lo hacía Marner; era cosa sabida que había campesinos en la parroquia de Raveloe, que guardaban sus economías en sus casas, probablemente escondidas en sus colchones de lana; pero sus místicos vecinos, bien que no fueran todos tan honrados como sus antecesores de los tiempos del rey Alfredo, no tenían imaginación bastante atrevida como para premeditar un robo con efracción.
«No basta ser bueno decía para gobernar una diócesis. Ni los poetas sirven para ministros, ni los místicos para Obispos». Esta opinión era la más corriente entre el clero del Obispado. Los señores de la junta carlista creían lo mismo. ¡Jamás habían podido contar para nada con el Obispo! ¿Qué resultaba de aquella excesiva piedad?
Comprendía Álvaro los escrúpulos de Ana, pero se propuso vencerlos y los venció. Sin embargo, si los obstáculos del orden puramente moral, los escrúpulos místicos, como se decía Álvaro con frase tan impropia como horriblemente grosera, se dejaron a un lado, a fuerza de pasión, los inconvenientes materiales, las precauciones del miedo opusieron dificultades de más importancia.
Y le pasaba lo que a los místicos cuando Dios no les tiende la mano: acometíale una gran sequedad, un tedio abrumador. Bailó por compromiso dos o tres veces; conversó un poco. Harto al fin de dar vueltas se retiró al más oscuro rincón de una de las salas, y sentándose en un diván quedó sumido en tristeza profunda. Clementina le buscó en vano durante algunos minutos, hasta impacientarse.
Esto no obstante, su humildad le obligaba a rechazar este sentimiento y a repetirse la frase común a todos los místicos: «Así y todo es mejor que yo.» No sólo, pues, le miraba como su superior jerárquico y le tributaba todo el respeto debido, sino que hacía esfuerzos por representárselo mejor que él moralmente.
En la India hay desde muy antiguo, según he oído decir, místicos tan profundos como los de Alemania. Además, en todos los países, ha de haber habido pensadores y poetas que imaginaran y expresaran que se podía penetrar y subir con el amor a donde nunca sube y penetra el raciocinio por sutil y elevado que sea. No quiero discutir.
Es más: la poesía erótica es tan bella, entendida y realizada así, que, lejos de condenarla, la religión, por severa y espiritual que sea, ha solido valerse de sus frases vehementes y de sus acentos apasionados, para expresar los éxtasis y arrobos místicos, y los más sublimes misterios, aspiraciones y raptos del alma hacia lo infinito y lo eterno.
Miraba con desprecio a los clérigos que trataban de introducirlas y cuidaban del traje y el aseo. Los toleraba porque sabía que estaban apoyados por el obispo y el alto clero de la diócesis, pero se reía de ellos a todas horas de un modo grosero, irritante, y solía hacerles algunas jugarretas malignas, aguarles alguno de aquellos jolgorios místicos en que ponían más empeño.
Paz decía algunas veces para sus adentros: «¡Pobre muchacho!» Pepe pensaba: «¡Parezco tonto!» Ninguno advertía que aquel juego era peligroso. ¿Cómo había él de imaginar que Paz estuviese al alcance de su deseo, ni quién se atrevería a despertar en ella recelo de aquel desdichado? Mas fue Dios servido como decían los místicos que comenzase a suceder con las palabras lo mismo que con las miradas.
Baja al portal, que un pillo ha tirado una pedrada al farol, y lo ha roto. ¡Pero, don Manuel, si no son más que las dos! ¿Se quiere usted llevar ya a las niñas, y aun no hemos roto la piñata? Aquella noche estaba rejuvenecido el buen señor. Gozaba por todos los jóvenes, como los místicos gozan en una comunión general.
Palabra del Dia
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