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Actualizado: 1 de julio de 2025


Los místicos, los santos, que todos fueron solteros, aceptando todas las cruces, menos la del matrimonio con lo cual su santidad desmerece un poco por falta de sometimiento a prueba completa decían que al matrimonio, como a la muerte, es difícil llegar bien preparados.

La alegre sonatina de los besos que da el viento a las palmas, tal vez rima a sus oidos el kundiman trovado en noche plácida. Mas ¡quién sabe...! Deshácese la tromba en aquellas montañas y alguien atrae allí el corazón virgen de la virgen tagala. En el album rosado de la vida también hay negras páginas, donde se ocultan los ensueños místicos bajo un velo de lágrimas.

Pero ella, Elena, ¿por qué recurre a esas maniobras clandestinas, engaña la confianza de su padre y se compromete con un hombre a quien apenas conoce, cuando podría escogerle en pleno día si él ha sabido agradarla? La cosa es fea, vil e instintivamente perversa. ¡Fíese usted de los místicos éxtasis en el fondo de las viejas catedrales!

Componían estos una tropa o cofradía de los derviches místicos, apellidados mevlevies, de que fue fundador y patriarca el ya citado celebérrimo Chelaledín-Rumí, egregio poeta entre los orientales y melodioso ruiseñor de la vida contemplativa.

Y en lo tocante a la unión íntima del alma con Dios y al propósito de la ciencia mística, tampoco va tan lejos Tofail como en sus términos y frases muchos místicos ortodoxos de Alemania, de Italia y de España. Lo que se echa de menos en la mística de Tofail es, ya que no la carencia, la poca energía del amor que aspira y logra la unión más que la inteligencia pura.

Logró, como él, amar lo inexplicable, lo absurdo, porque esto satisface mejor los anhelos de un alma enamorada. Pero aunque la mujer no había sido para él jamás un peligro, guardaba en el fondo de su ser hacia ella ese rencoroso desprecio que caracteriza a todos los místicos, no por la influencia que sobre ellos puede ejercer, sino por la funesta que despliega sobre otras pobres almas.

Elijo los dos que me parecen más interesantes: uno porque se diferencia mucho de casi todos los cuentos vulgares europeos; y otro por lo mucho que se asemeja a ciertas leyendas cristianas; como la de San Amaro, la de otro santo, referida por el Padre Arbiol en sus Desengaños místicos, y la que ha puesto en verso el poeta americano Longfellow en su Golden Legend.

No, no se pierde el alma de los místicos cristianos en la esencia suprema, como en el nirvana de los budistas; no, no cae en sueño eterno, sino que logra la plenitud de la vida.

Estos místicos a la española, de un misticismo orgulloso y dominador, en vez de elevar los ojos al cielo para dejarse absorber por su grandeza, tiraban del cielo y lo hacían bajar hasta ellos, viendo en cada acto de su energía individual una chispa de la voluntad de Dios encarnada en sus personas.

Languidecer de sedas y plumajes, en un vuelo de ciega golondrina, fué su marcha, de muerta y peregrina, hacia un sueño de místicos paisajes. Envanecidos sus gloriosos velos, cayó la noche tras su blanca sombra, con un dolor de exhaustos terciopelos; Y desde entonces inconsciente y mudo busca mi labio en la enlutada alfombra el tibio rastro de su pié desnudo... Octubre, 1921.

Palabra del Dia

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