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«Amor dice uno de los más admirables místicos españoles , es río de paz, dulce sueño del alma, transformación del hombre que ni piensa ni siente ni quiere más que amor. Como a la flor se sigue el fruto, se sigue a la perfección el amor ardiente.

Naturalistas, místicos, decadentistas, ibsenistas, simbolistas en la poesía; luministas, azulantes, metalistas en la pintura.

En otro tiempo, ¿quién sabe lo que hubiera sido yo? Quizás un D. Juan Tenorio; quizás uno de esos grandes místicos que han escrito cosas tan sublimes... Ahora, ¿qué soy? Un desgraciado, por lo mismo que me estorba lo negro en cuestiones de positivismo. Y, sin embargo, yo me congratulo de ser como soy. Es verdad que falto a la moral, ¿pero por qué?

Más habló el Magistral para exponer el plan de vida devota a que había de entregarse en cuerpo y alma su amiga desde el día siguiente, y terminó tratando con detenimiento especial la cuestión de las lecturas. Recomendó particularmente la vida de algunos santos y las obras de Santa Teresa y algunos místicos.

Sus ojos, como los de Laura, inspiran platónicos y casi místicos afectos, y hacen que un moro, como Ibn Zeidun, escriba canciones más finas que las del Petrarca, merced a la princesa Walada, que era asimismo poetisa.

La célebre abulense doña Teresa Sánchez Cepeda, cuyos escritos místicos son tan famosos y á quien la iglesia colocó en los altares en 1622, bajo el nombre de Santa Teresa de Jesús, visitó durante su vida á Sevilla, para fundar un convento en nuestra población, permaneciendo en ésta desde el 26 de Mayo de 1575 hasta el 4 de Junio de 1576.

Algo de esto ha hecho, para vergüenza nuestra, un escritor francés, Pablo Rousselot, en libro que titula Los místicos españoles, donde, si deja mucho que desear, aún nos da más que agradecer, ya que ha sido el primero en tratar el asunto como filósofo, moviendo a algunos españoles, a par que a impugnarle y completarle, a imitarle y a seguir sus huellas.

Aquel rayo de luz le recordaba los rayos místicos de las estampas de los libros piadosos; él había visto en pintura que a los santos reducidos a prisión, y aun en medio del campo, les solían caer sobre la cabeza rayos de sol por el estilo del que le estaba molestando. No era idólatra, pero creía en el Hacedor Supremo y en su justicia, que tenía por principal alguacil la conciencia.

El dolor nos hace místicos continuó . Lo que yo siento es no poder serlo como lo son otros. Rezo, y la resignación no viene á ayudarme.

Las nubes del cielo y las flores de la tierra hacían en su espíritu efecto igual al que hacen en otros la pompa de los altares, la elocuencia de los oradores cristianos y las lecturas de sutiles conceptos místicos. En la soledad del campo pensaba ella y decía mentalmente mil cosas, sin sospechar que eran oraciones.