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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Si tienes mucho empeño en ello, lo estaré; pero sólo por galantería. Por lo demás, nunca he estado más alegre. Pero la tuya es una alegría marchita... no tiene frescura... no sale del corazón... es una máscara.
Después, enseñó al doctor el triturador del carbón, donde trabajaban las mujeres entre una nube de polvillo que las cubría la cara, dándolas un aspecto de grotesca miseria, con la boca llorosa y los ojos enrojecidos, en medio de su máscara negra.
Gracias, máscara dijo la dama con sonrisa de complacencia, abriendo al mismo tiempo la cajita de Miguel y sacando de ella una almendra con sus dedos enguantados. ¡Qué envidia sentirán ahora los que me vean! ¿Por qué? Porque voy sentado a los pies de la reina de la hermosura, la estrella Sirio de los salones de Madrid. El joven exageraba.
Para él no tenían secretos la vida humana ni la juventud: Su compañero Quevedo solía envolverse en formas hipócritas; Pedernero no. Se presentaba sin máscara, tal como era, empezando por decir que el Superior había hecho muy bien en quitarle las licencias.
Al aspirar la tufarada de incienso que Miguel le echó de improviso, una sonrisa placentera contrajo sus labios. ¡Oh! máscara, eres muy galante, muy galante... No es galantería; es pura verdad: todo el mundo te admira en Madrid... Vamos, acepto eso como broma de Carnaval; pero te la agradezco, porque es delicada.
Estaban solos; pero a pesar de esto, el bebé hablaba con su voz atiplada de máscara, fijando, a través de los agujeros del antifaz, sus ojos negros y profundos en los de Isidro. Yo no soy Feliciana, pero soy su mejor amiga.
La tierra pareció sonreír bajo su húmeda máscara. Los charcos de lluvia brillaron con temblones reflejos, como si se poblasen de peces de fuego; los caseríos rojos y blancos surgieron como vigorosas pinceladas en los cerros de verde obscuro que limitaban el horizonte. La torre de Santa Cruz parecía una llama recta sobre los tejados de Madrid.
»Me preguntó si le acompañaba; pero yo no poseo su energía ni su estoicismo admirable; y necesitando mucho más tiempo que él para cubrir con la máscara mi rostro, pasé más de media hora en esta triste labor. »Esa media hora es la que le dedico a usted escribiéndole, Antoñita.» «¡Qué ángel va a abandonar este mundo!
Y, viéndole Sancho sin aquella fealdad primera, le dijo: ¿Y las narices? A lo que él respondió: -Aquí las tengo, en la faldriquera. Y, echando mano a la derecha, sacó unas narices de pasta y barniz, de máscara, de la manifatura que quedan delineadas. Y, mirándole más y más Sancho, con voz admirativa y grande, dijo: ¡Santa María, y valme! ¿
La tenue de las mujeres, aun en aquellas que un no sé qué vago revela a ojos experimentados pertenecer al gremio tan característicamente llamado en Francia de las horizontales, es siempre correcta y digna. La máscara caerá al pisar la puerta de calle; pero todo hombre puede pasearse con su mujer o sus hijas sin temor de presenciar escenas escandalosas.
Palabra del Dia
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