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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Algún tiempo después de vivir de aquel modo, tuvo nuestro joven otro encuentro, fecundo también en graves consecuencias. Aconteció que un día de Carnaval se disfrazó de máscara, y en compañía de otros dos amigos, se bajó al Prado. Vestía traje de chula, y ostentaba, para mayor regocijo de los mirones, un seno exuberante, embutido de algodón.
Bebe esa copa á la salud de tu niña. Velázquez tomó la copa y dijo gravemente: Y á la de la tuya, máscara. ¡Oh! La mía no vale un comino al lado de Soledad ¡Vaya una mujer castiza!... En tu caso no envidiaría ni al arcángel San Rafael. ¿Por qué les daba á todos ahora por elogiar á Soledad? Si era hermosa, otras había como ella: no era para tanto.
Al fin, el cura abrió la sala, y con la máscara de tristeza que necesitan ponerse todos los que presencian diariamente escenas de muerte, bajo la cual se oculta una indiferencia que es lógica consecuencia de tal costumbre, dijo a los que aguardaban: Pasen ustedes; ya hemos concluido. ¿Qué tal? preguntaron.
La señora Chermidy, disfrazando su odio bajo una máscara de compasión, buscó ávidamente algunos síntomas de muerte entre las protestas de ternura, y no quedó más que medianamente satisfecha. El olor que exhalaba aquella correspondencia no era el que atrae los cuervos a los campos de batalla.
Entonces, exclamó Sandoval todavía excitado por los aplausos y en un arranque de entusiasmo, puesto que en escritos é impresos blasona de querer vuestra instruccion, y la impide y la niega cuando al terreno de los hechos se le cita, entonces, señores, vuestros esfuerzos no habrán sido en vano, habreis conseguido lo que nadie ha podido, ¡que se arranque la máscara y os arroje el guante!
Otros llevaban todo el rostro cubierto con una máscara de vendajes, sin dejar visibles mas que los ojos, los pobres ojos, que parecían sentir miedo por adelantado y algún día habrían de familiarizarse con el horror de un rostro que fué joven meses antes y ahora era igual á una visión de pesadilla. Algunos se mantenían intactos, disponiendo de la fuerza y la agilidad de todos sus miembros.
La generala, a cada nuevo equívoco o reticencia, mostraba mayor alegría, se desternillaba de risa y daba pie con sus ingeniosas y picarescas respuestas a que el joven se engolfase cada vez más adentro. Ya no pensó más en cambiar de sitio; se encontraba admirablemente a los pies de Lucía. La generala quería averiguar quién era la máscara que tantas y tantas buenas cosas sabía.
Buscaba impresión lejana de ellas, en la fisonomía de aquel agonizante secular, sobre sus grandes rasgos cuyo pálido relieve se dibujaba en la sombra, como el de una máscara de yeso, y sólo veía en ellos la gravedad y el reposo prematuros de la tumba. Por intervalos me aproximaba á la cabecera, para asegurarme si el soplo vital movía aún aquel pecho destruido.
¡No lo sé, Hojeda, no lo sé!... Señores, aguardemos, ya que doña Martina no quiere decirlo manifestó Romillo. D. Bernardo no puede tardar mucho. Tardó, sin embargo, más de lo que contaban; un buen cuarto de hora lo menos. Al fin se oyó en el pasillo algo como repiqueteo de armas y espuelas, y apareció en la puerta el Sr. de Rivera vestido de máscara. Gran asombro en todos los circunstantes.
Hace aquí un fresquito que ya lo querrían los que sudan a estas horas en los cafés del Zocodover. Pero aunque estamos en el verano, fíjese usted en la humedad que nos entra por salva sea la parte. Cuando debe verse esto es en invierno, camarada. Hay que vestirse como una máscara, cubierto de gorros, pañuelos y mantas.
Palabra del Dia
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