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Actualizado: 11 de junio de 2025


«En este día, sábado 10 de Mayo, se alçaron pendones en esta çibdad de seuilla por los muy altos e muy poderosos la Reyna doña Juana e el Rey don Carlos su fijo nros. señores dios nro. Señor los dexe biuir e Reynar por luengos tiempos a su seruiçioHubo mal de pestilencia en esta ciudad por lo cual se cerraron las puertas de que estuvieron por guardas Francisco de Torres y Miguel Navarro.

Aún le faltaba ver mucho, pero acabaría por enterarse de todo: luengos días de navegación quedaban por delante. En cuanto a los pasajeros, pocos había que él no conociese. Luchaba en algunos con la falta de medios de expresión; ciertas mujeres sólo hablaban alemán, pero en fuerza de sonrisas y manoteos, él acabaría por hacerse comprender.

Pero como durante los luengos siglos de tiranía varonil todos los cargos y todas las funciones dignas de respeto habían sido designadas masculinamente, la Verdadera Revolución creyó necesario después de su victoria conservar las antiguas denominaciones gramaticales, cambiando únicamente el sexo á que se aplicaban.

Aunque vestía a la última moda, con minuciosa corrección, repitiendo los gestos y frases aprendidos durante un año de gran vida europea, este gentleman de tez amarillenta se ponía de color de ladrillo y le brillaban los ojos siempre que giraba la conversación sobre actos de valor, y escenas de muerte, como si resucitase en su sangre la acometividad de los abuelos españoles y de los abuelos indígenas, entreverados en luengos siglos de peleas.

Revolviendo aquella pila de papeles viejos, y huroneando entre ellos; desdoblando alguno que otro documento, y leyendo los nombres de los buques que luengos años ha desaparecieron en el fondo del océano, ó se pudrieron en los muelles, así como los de los comerciantes que ya no se mencionan en la Bolsa, ni aún apenas pueden descifrarse en las dilapidadas losas de sus tumbas; contemplando esos papeles con aquella especie de semi-interés melancólico que inspiran las cosas que no sirven ya para nada, me vino á las manos un paquete pequeño cuidadosamente envuelto en un pedazo de antiguo pergamino amarillo.

Se hace mención de una mujer marina que vivió luengos años en hábito religioso en un convento donde á todos era dado verla. No hablaba, pero se entretenía en hilar y en otros quehaceres. Con todo, el agua la atraía y empleaba toda su inteligencia para volver á su querido elemento. Diráse: Si realmente han existido esos seres, ¿por qué fueron tan raros? ¡Ay! La respuesta nos viene á la mano.

Los dos altos y augustos sentimientos que viven en su corazon y la han conducido á salvo por en medio de tempestades y peligros, son el sentimiento religioso y el nacional: aquí amamos á Dios y á la patria; y estas dos poderosas virtudes que de luengos siglos poseemos, que guardamos con religiosa exactitud y que de seguro trasmitirémos á nuestros venideros, son dos poderosas palancas de porvenir y fuerza.

Lo malo fué que á poco andar dieron con una herrería, donde se detuvieron para atender al caballo de Simón, que mucho necesitaba los servicios del herrero. En conversación con éste, contóle Simón su reciente encuentro y la gran compra que habían hecho; ver el rústico las reliquias y echarse á reir fué todo uno, y asiendo un cajón lleno de luengos clavos se lo presentó á Roger.

Cuando el príncipe Miguel Fedor se remontaba hasta los recuerdos de la infancia, veía á su padre teniéndolo sobre las rodillas y acariciándole con sus duras manos. El pequeño se fijaba en su rostro de moro y sus luengos bigotes que venían á unirse con unos patillas cortas.

D. Gaspar se va furioso á las guerras de la Valtellina, donde le matan de un arcabuzazo, y, por fin, los dos jóvenes se casan, son muy obsequiados, y viven luengos años en paz y en gracia de Dios.

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