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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Alabo mucho su resolución, y esclarecidos santos tiene el cielo, que primero fueron valientes soldados, como San Ignacio de Loyola, San Sebastián, San Fernando, San Luis y otros. ¿Ha estudiado usted teología? me preguntó un señor de los presentes.

Cita en primer lugar a Santiago, quien sin dejar de ser apóstol más acuchilla a los moros, que les predica y persuade en su caballo blanco; cita a un señor de la Vera, que fue con una embajada de los Reyes Católicos para Boabdil, y que en el patio de los Leones se enredó con los moros en disputas teológicas, y, apurado ya de razones, sacó la espada y arremetió contra ellos para acabar de convertirlos; y cita, por último, al hidalgo vizcaíno D. Íñigo de Loyola, el cual, en una controversia que tuvo con un moro sobre la pureza de María Santísima, harto ya de las impías y horrorosas blasfemias con que el moro le contradecía, se fue sobre él, espada en mano, y si el moro no se salva por pies, le infunde el convencimiento en el alma por estilo tremendo.

El recuerdo del millonario y su familia, hizo que el médico y el marino hablasen de la gran transformación de Sánchez Morueta. Muy poco había sabido de él Aresti, después de su encuentro en el monasterio de Loyola. Es otro hombre dijo Iriondo con tristeza. Aquella casa ya no es la misma. Y evitaba dar más detalles, con la prudencia del subordinado fiel que teme ser indiscreto.

Y glosando allá en su imaginación el parrafejo, discurría de este modo... Si la señora condesa de Albornoz va a Loyola, es decir, al padre Cifuentes, y confiesa sus pecados y pide a Dios perdón de sus extravíos, o lo que es lo mismo, embauca a aquel varón respetable, diciéndole lo que le parezca y callándose lo que juzgue conveniente para ponerle de su parte... a la sombra de su respetabilidad, agarrada a su manteo, entrará en el gremio de las beatas aristocráticas y se abrirá paso, rosario en mano, por el atajo de la piedad, hasta el alto puesto de que la calumnia y la ingratitud la han arrojado.

Ni el báculo de san Francisco, ni el manto de santa Teresa, ni el ceñidor de san Ignacio de Loyola hicieron nunca curas tan milagrosas como las que habían de operar aquellas hilas, con tan pura intención trabajadas, en las heridas, llagas y tolondrones de los pobrecitos heridos del Norte.

Para la elección de estado hay que meditar mucho antes, poniendo el pensamiento en Dios y en la santísima Virgen, tal como lo dispone en sus «Ejercicios Espirituales» el bienaventurado y glorioso compatriota nuestro San Ignacio de Loyola.

Estas dos naciones fueron antiguamente mas numerosas, y mantuvieron largas y sangrientas guerras con los españoles, á quienes casi echaron de Chile, destruyendo las ciudades de Imperial, Osorno y Villa Rica, y matando dos de sus Presidentes, Valdivia y D. Martin de Loyola: pero están ahora muy disminuidas, no pudiendo hacer revista de cuatro mil hombres entre todos ellos, lo que nace de las frecuentes guerras que han tenido con los españoles de Chile, Mendoza, Córdoba y Buenos Aires, con sus vecinos los Puelches, y aun los unos con los otros; igualmente que del aguardiente que compraban á los españoles, y su pulcú ó chicha, que hacen en su país.

En luengo un grande rio caudaloso Con sus dos compañeros fué bajando Tres dias, y en un prado verde umbroso Que el rio con sosiego va bañando, Metido en una choza al valeroso Topamaro le ha hallado reposando, Sin gente, que no saben la venida Del Capitan Loyola á su guarida.

Acercóse entonces un hombre de aspecto modesto que traía una carta en la mano, y preguntóle sin ceremonia si la señora condesa de Albornoz era ella misma; la altiva dama dignóse tan sólo responder con una ligera inclinación de cabeza, y el hombre le entregó entonces la carta, entrándose al punto en Loyola, de donde había salido, por la escalinata de la portería.

Aresti, al cerrar la noche, buscó refugio en un fondín que servía de alojamiento á muchos que iban al santuario de Loyola.

Palabra del Dia

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