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Actualizado: 16 de mayo de 2025
No tardaron mucho en hallarse a la vista de un edificio tan suntuoso, grande y de tan florido estilo, que en su comparación, parecía miserable choza, la casa más capaz y elegante de Padres Jesuitas, sin exceptuar la que tienen en Loyola. Sobre la puerta principal había una inscripción en gruesas letras de oro.
A la otra mañana, cuando después de la solemne misa de réquiem que hizo celebrar la marquesa en Zumárraga, volvió el jesuita a Loyola, oyó que las campanas de la iglesia tocaban también a muerto... Había fallecido aquella noche el padre Mateu; encontráronle al amanecer ya frío, tendido en su lecho.
El cuarto voto de obediencia al Papa, peculiar de la Compañía, había hecho indispensable para el Vaticano el apoyo del jesuitismo. Hasta podía afirmarse que el ejército monástico de Íñigo de Loyola había salvado al pontificado en el trance, terrible para él, de la revolución luterana. Era la antigua fábula del hombre y el caballo, puesta de nuevo en acción.
Como hemos dicho, los jesuítas dominaban al virrey. Jesuíta era su confesor el padre Castillo, y jesuítas sus secretarios. Las crónicas de aquellos tiempos acusan a los hijos de Loyola de haber contribuido eficazmente al trágico fin del rico minero, que había prestado no pocos servicios a la causa de la corona y enviado a España algunos millones por el quinto de los provechos de la mina.
En mitad del prado levantábase sobre un pedestal, resguardado por una verja, la estatua de san Ignacio de Loyola, hijo y patrono de Guipúzcoa, alzando la mano como para bendecir aquella comarca en que se meció su cuna y en que parece proyectarse aún la sombra benéfica de su figura gigantesca.
Cómo nos lo han cambiado, Luis. ¿Querrás creer que un día en el escritorio, al volver de Loyola, me contó con el mayor entusiasmo que había hecho una confesión general, un recuento de todos los pecados de su existencia y me afirmaba que después de esto se sentía con mayor salud, como si fuese otro mundo? No he presenciado caída como esta.
Veía Azpeitia por primera vez, aquel hermoso rincón del territorio vasco, que sólo de lejos rozaba la vía férrea, y en el cual parecían haberse refugiado el espíritu y las tradiciones de la raza. Aquella tierra era la de San Ignacio. A pocos minutos, en el centro del valle, estaba Loyola con su convento inmenso, cuya fealdad de caserón-palacio tentaba la curiosidad del doctor.
Palabra del Dia
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