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Actualizado: 3 de julio de 2025
«Aquí es dijo Ballester, señalando la gran losa de cantería de Novelda, en cuyo extremo superior había una corona de rosas, bastante bien tallada, debajo del R.I.P. y luego un nombre y la fecha del fallecimiento ¿Qué dice ahí?». Maximiliano se quedó inmóvil, clavados los ojos en la lápida... ¡Bien claro lo rezaba el letrero! Y al nombre y apellido de su mujer se añadía de Rubín.
Ya tuvo el consuelo de rezar sobre la sepultura.... Vámonos de aquí.... ¿Mas, qué ruido fué ese?.... Conseguí mover la losa. ¡Tiene los brazos de hierro! ¡Me sangran las manos! Yo le ayudaré, señor. ¿Dónde hallaríamos algo con qué apalancar? En esta oscuridad, apenas se ve. Recorre el capellán el presbiterio y la capilla.
La mía es una verdadera dama castellana que por un milagro de la escultura parece que no la han enterrado en un sepulcro, sino que aun permanece en cuerpo y alma de hinojos sobre la losa que la cubre, inmóvil, con las manos juntas en ademán suplicante, sumergida en un éxtasis de místico amor. De tal modo te explicas, que acabarás por probarnos la verosimilitud de la fábula de Galatea.
Sus pasos huecos, en la soledad de la capilla, tienen una vaga resonancia, y las palabras un misterio de sombra. ¿Dónde está enterrada? Esta losa la cubre, señor. Es preciso que la levantemos, Don Manuelito. ¡Quiero verla! Nuestras fuerzas no bastan, señor. ¡Piedra, piedra, levántate! Don Juan Manuel se arrodilla ante la sepultura, y entenebrecido, y suspirante, reza en voz baja.
La lógica inflexible del tío Leandro pesaba como una losa sobre todos los cerebros, particularmente sobre el del zagalón que tanto se había aventurado en su discurso. Pero haciendo al cabo terribles esfuerzos para levantar el enorme peso que le agobiaba, logró al fin proferir, dando a su fisonomía una impresión de increíble astucia: Me paece a mí, tío Leandro... Yo he visto...
Apenas me desembarace de ciertos asuntos que me tienen amarrado en Madrid; más claro, apenas logre reunir algun dinero, me iré á Sevilla, mandaré hacer una losa, pasaré á la raya de Portugal, y yo mismo la colocaré en una sepultura, en nombre de todos mis hermanos. Ya tengo hecho el epitafio, el cual pertenece tambien á mis lectores; hélo aquí.
Me heredaréis en vida... Llega y ayúdame... Si tienes hijos, ellos me vengarán... Los votos no te impedirán tenerlos. Llega para que podamos levantar la losa. Vamos, alma de Faraón. DON FARRUQUI
Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto que se acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer, con un epitafio que había de decir desta manera: Yace aquí de un amador el mísero cuerpo helado, que fue pastor de ganado, perdido por desamor. Murió a manos del rigor de una esquiva hermosa ingrata, con quien su imperio dilata la tiranía de su amor.
Amaury se quedó en pie pero tuvo que apoyarse en un ciprés, sintiendo que las piernas no querían sostenerle. Cuando la tumba quedó cubierta de tierra pusieron sobre ella una gran losa de mármol blanco, que ostentaba este doble epitafio: Aquí yace Magdalena de Avrigny muerta en 10 de septiembre de 1839 a los 20 años, 8 meses y 5 días de edad.
Por eso su cara, más que reflejo de lo mucho y excelente que había detrás de ella, era simplemente una losa puesta de intento allí para taparlo, con dos ametralladoras por ojos para defenderlo, y una boca que sólo se abría para dar el abasto de la metralla de los ojos. Y éstos eran negros y bien rasgados, y la boca muy bonita.
Palabra del Dia
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