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Actualizado: 14 de junio de 2025
732 Lo que el Juez iba buscando sospecho, y no me equivoco; pero este punto no toco ni su secreto aviriguo; mi tutor era un antiguo de los que ya quedan pocos; 733 viejo lleno de camándulas, con un empaque a lo toro, andaba siempre en un moro metido no sé en qué enriedos, con las patas como loro de estribar entre los dedos.
Sucédele así lo que a aquel loro, de quien cuenta Jouy que habiendo escapado con vida de una batalla naval, a que se halló casualmente, quedó para toda su vida repitiendo, lleno de terror, el cañoneo que había oído: ¡pum, pum, pum! sin nunca salir de esto. El ministerial no sabe más que este cañoneo: «La España no está madura. No es oportuno. Pido la palabra en contra.
El afan de aquella muchacha no dejó de causarnos cierta impresion, y apenas nos sentamos en el carruaje, dije yo al brigadier: A un loro; Julia Amengual Da de besos un tesoro. Y á esto dice Don Pascual Qué á falta de otro animal Pasa el rato con su loro.
Ella ya había visto caer los granizos en su patio, a través de la ventana del comedor. Las tierras son muy pocas; ella, verdad es que necesitaba muy poco para vivir. Pero este año, ¿qué va a hacer? ¿Quién la socorrerá? El tic-tac del reloj suena monótono; el loro la mira con sus ojos de vidrio. La vieja piensa en su soledad y en su tristeza.
Yo creo que este tic-tac y el loro, que se inclina inmóvil sobre su alcándara, son los únicos compañeros de la pobre vieja. ¿Qué hace esta vieja? La casa es pequeña y oscura; la puerta siempre está cerrada; no entra ni sale nadie. Por la mañana la vieja se levanta y suspira: «¡Ay, Señor!» Luego se sienta en el comedor, junto a la ventana que da al solitario y diminuto patio.
Estas consisten, generalmente, en una hoja acerada de formas variadas y de 40 á 60 centímetros de longitud, que por medio de una espiga montan en un puño de madera, sujetándole al arranque de la hoja con una virola trincada con hilo metálico, que sube en forma de adorno hasta el pomo. Este suele tener la forma de doble pico de loro.
Y bastó tal promesa para que, olvidando a los que dejaba a su espalda, volviese al amoroso tuteo. ¿De veras, mi viejo?... ¿Vas a regalarme un monito pequeño... así... así? y achicando la distancia entre ambas manos, se imaginaba un simio de inverosímil pequeñez . ¿No te parece mejor un loro de los que hablan?... ¿Dices que me regalarás las dos cosas?... ¡Ah, mi viejito rico... mi negro!
En su habitación el equipaje en desorden y su viejo sirviente ocupado con los últimos preparativos; en el comedor los hijos de Lola, que no querían acostarse sin despedirse de él. «Tío, tráenos un loro... Tío, una mona... Cuando vuelvas, acuérdate, tío, de traer un negrito...» Y su hermana, que había tomado un aire protector con la emoción de la partida, le sermoneaba maternalmente.
Miéntras que se estaba disponiendo á morir, se voló del balcon el loro del rey, y fué á posarse en los rosales del jardin de Zadig. Habia derribado el viento un melocoton de un árbol inmediato, que habia caido sobre un pedazo de un librillo de memoria escrito, y se le habia pegado. Agarró el loro el melocoton con lo escrito, y se lo llevó todo á las rodillas del rey.
Lo único cierto es que la pasión es en el Sur más gritona, más aparatosa, más visajera; pero ello no quiere decir que sea más intensa. El loro alborota más con sus pasiones que el mudo pingüino, sin ser por esto más apasionado. Como iba diciendo, la belleza es aquí variadísima. Difícil sería decir si hay más rubias que morenas, o más morenas que rubias.
Palabra del Dia
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