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Actualizado: 15 de octubre de 2025


¡No faltaba más...! ¡Ya lo creo que se los daré! exclamó don Ramón, que era hombre caritativo, echando mano a la cartera. Pero de pronto se detuvo, quedó un instante suspenso y por fin, levantándose, fue a su despacho. Miró su libro de gastos y vio que el día anterior había quedado agotada la consignación mensual de limosnas.

Escudero hacía cuantiosas limosnas, tenía destinada para ello una partida crecida de su presupuesto mensual, pero era un hombre tan formal y tan exacto que, una vez agotada ésta, por nada ni por nadie haría un adelanto sobre el presupuesto del mes siguiente. Fue necesario conformarse.

Por aquel tiempo, algunos piadosos españoles, recogiendo de los vecinos de Tarija algunas limosnas, enviaban todos los años un copioso socorro á la cristiandad de los Chiquitos y á los Misioneros lo necesario para celebrar el santo sacrificio de la misa, y hacer con toda la devoción posible las funciones sagradas.

Ya se sabe que las poblaciones nuevas necesitan auxilios. Los que pueden darse á las proyectadas son soportables al ramo de guerra, que no tiene otro destino que la seguridad y poblacion de los campos. Me parece que á cada sargento, cabo y blandengue se le puede anticipar, para hacer su casita, 80 pesos, de los cuales la mitad ha de quedar á su favor, y el resto lo podrá devolver en 2 ó 3 años, descontándolo de su prest. A todo paisano pobre y poblador se le podrá adelantar igual cantidad de 80 pesos, sin cargo de devolverla, dándoles ademas el primer año un real diario por familia, para que puedan subsistir mientras siembran y se habilitan. En esta gracia no deben comprenderse los blandengues porque tienen su sueldo, y á fin de que no se aventuren las anticipaciones, se cuidará de no hacerlas sino á proporcion del adelantamiento que se vea, á proporcion de la fábrica da la casa, y esta ha de valer á lo menos la cantidad que se adelantase. Tambien es preciso que nadie pueda enagenar su casa, sitio ni tierras, ni dejar de ser vecino en ocho años, sópena do perderlo todo, con los costos que hubiere hecho, y los derechos y prerogativas de poblador. Y si por muerte ó sucesion pasasen las casas, &a., de padres á hijos, estos han de estar ligados con las mismas condiciones en dicho tiempo. Igualmente debe suplir el ramo de guerra el costo de las mediciones y diligencias del reparto, y 500 pesos para sínodo de un cura en cada villa, el cual no deberá exigir derecho alguno de sus feligreses, ni otras ofrendas ò limosnas que las voluntarias, en los cuatro primeros años. En los cuatro siguientes cobrará el cura la mitad de los derechos parroquiales, en compensacion de la mitad del sínodo que se le rebajará; y pasados los ocho años se le quitará el sínodo, y percibirá los derechos parroquiales por entero como todos los demas curas. Por supuesto que el propio ramo debe costear la capilla ó iglesia, y la casa capitular: pero como todo pueblo es un seminario de enredos, es preciso que

Todos decían que hablaba muy bien, que sabía mucho nuevo, que daba muchas limosnas el señor cura del pueblo de Dolores. Decían que iba a la ciudad de Querétaro una que otra vez, a hablar con unos cuantos valientes y con el marido de una buena señora. Un traidor le dijo a un comandante español que los amigos de Querétaro trataban de hacer a México libre.

Pero el núcleo quedaba: era el grupo numeroso y considerable de beatas ilustres que rodeaban al Gran Constantino, a doña Petronila. Durante los meses del calor disminuían bastante las limosnas, pero se hablaba mucho en las cofradías, preparando las fiestas de Otoño y de Invierno; y además, se murmuraba un poco de las ausentes.

Para todo esto, fuerza es confesarlo, tiene un poderoso auxiliar en Pepita Jiménez, cuya devoción y natural compasivo siempre está él poniendo por las nubes. El carácter de esta especie de culto que el vicario rinde a Pepita, va sellado, casi se confunde con el ejercicio de mil buenas obras; con las limosnas, el rezo, el culto público y el cuidado de los menesterosos.

Y ella, tan sin artificios ni dobleces, imaginó en seguida un medio fácil y seguro de hacer llegar su misiva a las manos del médico. Era un sábado, y doña Rebeca daba algunas limosnas en ese día, por vieja rutina de la casa. Solía la niña repartirlas, y tenía un pobre favorito muy socorrido por ella en sus prósperos días de Luzmela. Aguardóle, y, con misterio, le dió su papel para Salvador.

Y luego se casó, y quería mucho a su mujer y a su hijo; pero una tarde que salió en su carro de perlas y plata a pasear, vio a un viejo pobre, vestido de harapos, y volvió del paseo triste: y otra tarde vio a un moribundo, y no quiso pasear más: y otra tarde vio a un muerto, y su tristeza fue ya mucha: y otra vio a un monje que pedía limosnas, y el corazón le dijo que no debía andar en carro de plata y de perlas, sino pensar en la vida, que tenía tantas penas, y vivir solo, donde se pudiera pensar, y pedir limosna para los infelices, como el monje.

Era este Pez el hombre más correcto que se podía ver, modelo excelente del empleado que llaman alto porque le toca ración grande en el repartimiento de limosnas que hace el Estado; hombre que en su persona y estilo llevaba como simbolizadas la soberanía del gobierno y las venerables muletillas de la administración.

Palabra del Dia

mármor

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