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Actualizado: 4 de junio de 2025


Ofrecieron tambien los judíos ayudar en cuanto pudiesen á la toma de España, siempre que les fuese permitido, despues de la victoria, vivir ellos, sus mujeres i sus hijos en la lei de Moisés, i que no los turbasen ni afligiesen con castigos i otros rigores.

Por eso yo no leí El sabor de la tierruca, sino que le sentí, y por eso ahora no le juzgo, sino que traslado al papel la impresión de placidez y de bienestar que me causó, sin ponerle peros, porque, a mi entender, no los tienen ni aquel paisaje ni aquellas gentes. Reciente está el éxito ruidoso de Pedro Sánchez.

Recuerdo dos versos de Víctor Hugo que me impresionaron hondamente cuando los leí y que se pueden aplicar muy bien al caso: Yo creo que la ancianidad penetra por los ojos y que envejecemos antes si vivimos con gente vieja... Es mi parecer que solamente cuando no existe una gran diferencia de edad entre la mujer y el marido es posible la mutua estimación y benevolencia.

Cuando entré en casa, la abuela, que estaba en el salón, notó en seguida mi alegría y levantó la cabeza tan bruscamente que se le cayeron las gafas a la alfombra. Muy risueña estás, hija mía me dijo con su bondad habitual. ¿Qué hay? Sin tener en cuenta su animosidad por nuestras investigaciones, se lo conté todo y le leí triunfalmente la carta del señor Baltet.

Estaba envenenada, envenenada con fósforos, y había sufrido atroces dolores durante horas enteras, callando para que el remedio llegase tarde... ¡y llegó! Al día siguiente ya no vivía. La pobrecita tuvo valor. Amaba con toda su alma al mediquín, y yo mismo leí la carta en la que el muchacho se despedía para siempre por saber de quién era hija. No la lloré. ¿Tenía acaso tiempo?

Al cabo de media hora de paseos, se me ocurrió una idea que, a no estar perturbado, debió ocurrírseme en cuanto leí la carta, a saber: que si bien en ésta se me trataba duramente y con cierto desprecio, el hecho positivo, tangible, era que la hermana me enviaba una carta y que para hacerlo necesitó exponerse mucho y buscar medios clandestinos.

Y bien, repuse: si nada te ha dicho esa mujer, ¿cómo sabes que yo la he dado dinero? Anoche, cuando usted se alejó con ella, apagué mi farol y me fui detrás: esperé a que saliesen ustedes del café, los seguí y vi que entraban en esta casa. Esta mañana cuando la señora Adela me enseñó dos papeles encarnados, cuando leí... ¿Sabes leer?

Sin embargo de lo que escribió el fanático Olmo para dar gusto á los señores de la Inquisicion, yo siempre recuerdo al ver la constancia de los judíos españoles en no abandonar su lei á pesar de las iras del Santo Oficio, i en morir valerosamente cuando eran descubiertos i castigados, lo que en el siglo IV de la iglesia escribia Lucífero, obispo de Caller, al Emperador Constancio en nombre de todos los demás cristianos perseguidos.

Así produje EL PARAÍSO DE LAS MUJERES. Esta historia fantástica, que se despega por completo de mis novelas anteriores, no ha nacido verdaderamente ahora, pues data de los tiempos de mi infancia. Desde que leí, siendo niño, los Viajes de Gulliver, el recuerdo de Liliput y sus pequeños habitantes se fijó para siempre en mi memoria.

Desalojaron a Dickens y a Cervantes, que, por falta de espacio, tuve que desterrar en el sótano. Me apechugué a mis libros con la avidez del náufrago que se ase a una tabla de salvación. Leí concienzudamente los mejores, entre ellos uno que tenía un prólogo de Alfred Capus. El aplaudido dramaturgo francés recomendaba el bridge en entusiastas párrafos.

Palabra del Dia

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