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Actualizado: 19 de junio de 2025
Es un príncipe de la sangre, hijo de un antiguo bey de Argel, a quien estrangularon los genízaros... A la muerte de su padre, Sid'Omar refugiose en Milianah con su madre, a quien adoraba, y allí residió algunos años como un gran señor filósofo, rodeado de sus lebreles, sus halcones, sus caballos y sus mujeres, en hermosos palacios muy frescos, llenos de naranjos y de fuentes.
Los alanos le asían de las orejas, los ventores de las patas traseras, los perneadores de donde podían, y no era posible ayudarlos. Las damas gemían al ver morir, uno a uno, a los hermosos lebreles amarillos y blancos.
Ramiro conoció de súbito el arrobamiento del primer amor. Su soñar sobrepujaba la vida; y aquel brusco delirio fue pronto para él la coloración, el ritmo y el perfume de todo lo creado. Su fervor religioso y sus anhelos de gloria se acostaron entonces como lebreles a los pies de la nueva pasión.
En los tiempos do prosperidad había en la casa muchos perros: dos falderos, un pachón y seis ó siete lebreles, que acompañaban al decimocuarto Porreño cuando iba á cazar á su dehesa de Sanchidrián.... Con la ruina de la casa desaparecieron los canes: unos por muerte, otros porque el destino, implacable con la familia, alejó de ella á sus más leales amigos.
Largo rato continuaron en acecho los ingleses y vieron que algunos grupos de nobles castellanos, montando sus hermosos corceles y seguidos de pajes que llevaban halcones y azores adiestrados, se preparaban á entregarse á su ejercicio favorito de la caza. Á su lado corrían y saltaban grandes lebreles.
Atruenan el patio ligeros corceles, sus locas fanfárrias la trompa sonora une al argentino ladrar de lebreles en la cristalina quietud de la aurora. Los hierros del puente desatan sus nudos, invade los bosques alegres el coro: ellos, como heráldos de nobles escudos, ellas, como un vuelo de alondras de oro.
Los vestidos de Frías y su compañero, que tienen a su cargo los lebreles, me parece que se les reduzca ahora a 80 ducados cada uno, y que a los primeros que entraren se les reforme por esta parte, y se les vista por la caballeriza la librea de mezcla.
De lebreles hablasteis vos, señor barón, y os aseguro que no hay mejor jauría que aquella Guardia en ambos reinos, cuando se trata de correr caza mayor, sobre todo si los dirige un buen montero. Juntos hemos estado en las guerras, señor, pero jamás he visto cuerpo de arqueros más valientes ni más temibles.
Las armas de los Sanglié, pintadas en negro, se descubren en todas las paredes del vestíbulo. Son un jabalí de oro en un campo de gules. Como media docena de lebreles vivos, agrupados según su capricho, se aburren al pie de la escalera, mordisquean las verónicas floridas en los vasos del Japón o se tienden sobre la alfombra alargando la cabeza serpentina.
En consulta al Rey hecha en 1637 sobre los vestidos de merced que se daban a ciertos servidores de palacio, después de proponer que se fijara el coste de los trajes del destilador, del tío que guardaba los lebreles, de los músicos, de los barberos y ¡de Diego Velázquez! se nombra a varios bufones u hombres de placer: allí figuran, además de un Pablo de Valladolid a quien luego se ha llamado Pablillos y que no tiene aspecto de bufón, otros que seguramente lo eran: Calabacillas, Soplillo, don Juan de Austria, Cristóbal el ciego, el enano inglés don Antonio, a quien se pagaba un ayo, y Nicolás Panela y Bautista el del ajedrez que debían de ser muy destrozones y perdidos, pues al proponer que se les diera vestido se indica la conveniencia de obligarles a que se lo pongan para que no anden como ahora, lo cual da a entender que eran unos grandísimos puercos.
Palabra del Dia
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