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Actualizado: 10 de noviembre de 2025
Lo querían del más caro para que constase bien su opulencia y lo gastaban á cajas, abriendo á golpes las botellas, riendo como niños cuando el líquido se derramaba por el suelo, mojándose unos á otros con la espuma, bebiéndolo en tanques y llenando á veces las palanganas para lavarse la cara con el precioso vino, despilfarro que á los postres nunca dejaba de producir hilaridad.
Se asegura que esa casa es una del reproducción de la que habitara en Jerusalen el famoso juez que dejó á los togados y políticos el modelo de la habilidad que consiste en matar y lavarse las manos, Cuentas que un caballero cruzado español, al volver a Sevilla de la guerra santa, quiso perpetuar la memoria de sus campañas en Palestina y para eso mandó construir la Casa-Pilato conforme al modelo traído.
Entre las colinas limítrofes y este canal quedaba por ambas orillas una extensa superficie gris de limo suelto, salpicado de charcos de agua donde los pilluelos del muelle gustaban de hundirse y revolcarse hasta que se embadurnaban asquerosamente para ir luego a lavarse arrojándose de cabeza en el canal.
Acababa de hacer unas croquetas en la cocina, y había tenido cuidado de no lavarse las manos para que pudieran imprimir sobre el papel algo de aquella suciedad a la cual ningún idealista, que yo sepa, ha hecho ascos todavía. Cuando creyó haber trabajado bastante, quiso hacer prueba de su obra. Entrábale desconfianza y decía: «No sé qué tiene este papel que ningún otro se le iguala.
Tampoco hablaré de expiación; esta es una palabra demasiado pomposa, detrás de la cual no se oculta ordinariamente sino una miserable mentira, una vana ilusión. ¿Cómo borrar la mancha que me ha mancillado? Se expía una falta trágica, se expía hasta un gran crimen; pero una infamia como la que yo he cometido, es un borrón del cual el alma no puede lavarse.
Un rato estuvo sentada en el sofá, oyéndole disparatar y aguardando a que avanzara un poco la mañana par avisar a doña Lupe. Antes de ir a lavarse, pasó por la alcoba de su tía, que ya estaba vistiendo, y le dijo: «Hoy está atroz... ¡pobrecito!... A ver si usted le puede calmar». Voy, voy allá... Veo que sin mí no os podéis gobernar. Si yo faltara... no quiero pensarlo.
Y no debía de ser feo, ni mucho menos, en aquella época. Aún ahora con su elevada estatura, la barba gris rizosa y bien cortada, los ojos animados y brillantes y el cutis sin arrugas, sería aceptado por muchas mujeres con preferencia a otros galanes sietemesinos. Tenía, lo mismo que yo, la manía de cantar o canturriar al tiempo de lavarse.
No sólo excusaba aquel delirio de venganza, extravío de un espíritu ulcerado, de una madre enloquecida hasta la desesperación, sino que lo aprobaba y lo comprendía, y se regocijaba por ser su ciego instrumento. Otra había hecho la tarea que repugnaba a su natural lealtad; no tenía más que lavarse las manos.
SALMÓN CON ACEITUNAS. El salmón, como quiera que se condimente, nunca debe lavarse, sino frotarlo bien con un paño; después de limpio se coloca en una cacerola el trozo de salmón con aceitunas deshuesadas, perejil y cebolla, todo muy picado; se añade algún grano de pimienta, aceite, vinagre y un poco de manteca o mantequilla; se mete al horno como un cuarto de hora, y cuando se ve que está a punto se saca el salmón y se pone en la fuente con huevo duro picadito, por encima.
Púseme de un cabo y él del otro y hecimos la negra cama, en la cual no había mucho que hacer, porque ella tenía sobre unos bancos un cañizo, sobre el cual estaba tendida la ropa que, por no estar muy continuada a lavarse, no parecía colchón, aunque servía dél, con harta menos lana que era menester.
Palabra del Dia
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