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Actualizado: 6 de junio de 2025
Otras veces, despojado del casco y con disfraz de villano, pero dejando adivinar por su gallardo porte la nobleza y bravura de su sangre, llegaba por la noche al pie de la torre y entonaba, acompañándose con el laúd, preciosas endechas en que la invitaba a huir con él por los campos hasta algún castillo ignorado, lejos de la tiranía de su padre y del esposo aborrecido que le quería dar.
Y con esto se fue, porque no fuese notado de los que allí le viesen. No se hubo bien apartado, cuando, volviendo en sí la desmayada Altisidora, dijo a su compañera: -Menester será que se le ponga el laúd, que sin duda don Quijote quiere darnos música, y no será mala, siendo suya.
Fueron luego a dar cuenta a la duquesa de lo que pasaba y del laúd que pedía don Quijote, y ella, alegre sobremodo, concertó con el duque y con sus doncellas de hacerle una burla que fuese más risueña que dañosa, y con mucho contento esperaban la noche, que se vino tan apriesa como se había venido el día, el cual pasaron los duques en sabrosas pláticas con don Quijote.
Después, como los ingenios Se adelgazaron, empiezan Á dejar aqueste uso, Reduciendo los poetas La mal ordenada prosa En pastoriles endechas; Hacían farsas de pastores, De seis jornadas compuestas, Sin más hato que un pellico, Un laúd, una vihuela, Una barba de zamarro, Sin más oro ni más seda.
La bandera que guiaba al combatiente Despojada del sol resplandeciente, Y ennegrecido su divino azul; Desterrado el honor de su milicia, Derrumbado el altar de la justicia, Sus poetas sin patria ni laud.
Es dudoso que Agustín de Rojas aluda á las obras de estos poetas ó á otras perdidas, cuando habla así de los progresos de la comedia después de Lope de Rueda: «Después, como los ingenios Se adelgazaron, empiezan Á dexar aqueste uso, Reduciendo los poetas La mal ordenada prosa En pastoriles endechas , Sin más hato que un pellico, Un laúd, una vihuela, Una barba de zamarro, Sin más oro, ni más seda.
El laúd, panzudo y pesado, caía tras cada ola con un solemne ¡chap! que hacía saltar las gotas hasta la cara de Juanillo: dos hojas de espuma fosforescentes resbalaban por ambos lados de la gruesa proa, y la hinchada vela, con el vértice perdido en la oscuridad, parecía arañar la bóveda del cielo. ¿Qué rey ni qué almirante estaba mejor que el serviola del San Rafael?... ¡Brrru!
Pero vino una ráfaga, y la barca se inclinó con rápido movimiento; Juanillo, para guardar el equilibrio, agarrose al borde de la vela, y en el mismo instante ésta se hinchó como si fuera a estallar, lanzando al laúd en una carrera veloz y empujando con fuerza tan irresistible todo el cuerpo del muchacho, que lo disparó como una catapulta.
Hubo de volverse loco porque le dijeron que aún mamaba. ¡Disparate! El no mamaba sino del presupuesto. Antoñito, que era el filósofo, empleaba las horas de oficina en hacer revistas musicales para un periódico de teatros. La Filosofía y la Música tienen un alma de diez y nueve años, una afinidad que parece parentesco. Son dos cuerdas distintas del laúd de la tontería.
Fieme en el buen Tomillas, tañedor de laúd e dulzaina, e él dará rebato en toda aventura... mas hele, hele por do viene. Mala landre me mate si no somos acometidos. Tres campanarios armados entran por la calle, de cada paso llevándose media plaza de andadura, y en las manos menean por mazas sendos robles o palos de navío. El miedo vos face abultar las cosas, buen Tomillas.
Palabra del Dia
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