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Actualizado: 3 de junio de 2025


Es una ruina, un tronco seco; el pájaro que cantaba en sus ramas debe haber volado hace mucho tiempo. Novoa muestra igual discreción. Contempla el uniforme del otro, su manga ocupada por un brazo falso; pero sólo habla de lo sucedido en los últimos meses de un modo general, con vagas lamentaciones. ¡Las cosas extraordinarias que han pasado! ¡Cuántos amigos muertos!

Uno de estos arbustos exigía varios hombres y un día entero para ser arrancado, y cuando los roturadores á destajo lo encontraban, prorrumpían en lamentaciones y juramentos.

Pero Robledo sintió tal impaciencia ante sus lamentaciones, que dijo brutalmente: Piensa en tu situación y no te ocupes de tu mujer. Lo que te amenaza es más grave que un ataque de nervios.

Su embarazo era lo mismo que los otros. Debía dejarle en paz. Tenía asuntos más graves en que pensar; estaba desesperado por las injusticias de que era objeto. Nadie hacía caso de la juventud; no la abrían camino... Y después de estas lamentaciones dormíase, mientras Feli, en la obscuridad, se pasaba las manos interrogantes por aquella montaña, motivo al mismo tiempo de alegría e inquietud.

La de Núñez, más disipada; frecuentaba más el Casino que el Ateneo, tenía queridas y gastaba mucho dinero, sin que se supiese de dónde procedía, pues hacía años que pintaba poco. Tristán sonrió, avergonzado de aquellas extemporáneas lamentaciones. ¿Y qué tal lo has pasado ayer en el Escorial?

El marqués lanzaba estas lamentaciones ante el joven, olvidando momentáneamente su intervención en la obra.

Se comunicaban las noticias del oficio. En Villalba pagaban el millar mejor que en Madrid. Algunos habían pedido trabajo y querían emprender el viaje tan pronto como comenzase el buen tiempo... Pero sus perros, que les olisqueaban las manos y se frotaban contra sus piernas, impacientes por emprender la marcha, les hacían fijarse en el presente y prorrumpir en lamentaciones. ¡Qué vida, caballeros!

Había llegado a tal extremo el terror de Reyes respecto a lo que debía a los Valcárcel, que nunca se tomaba el trabajo de sumar las cantidades que no había reintegrado a la caja; contando los siete mil reales del cura de la montaña, le parecía aquello un dineral. Tanto que, a veces, leyendo en los periódicos lamentaciones acerca de la deuda del Estado, se turbaba un poco acordándose de la suya.

En breve comenzaron las lamentaciones acerca de los progresos de la irreligion, fruto de los libros franceses; de la pobreza en que vivia el clero en España, especialmente el subalterno; del abandono en que se hallaban en casi todas las ciudades las iglesias, muchas arruinadas, y de todo lo que suministra materia á las conversaciones de un cura en todo país romano.

Los gritos, las imprecaciones, las órdenes de los jefes, las lamentaciones de los aldeanos, el rumor sordo, continuo, de pasos que se elevaba del puente de Framont, el relinchar penetrante de los caballos heridos, todo aquello subía como un zumbido confuso hasta los parapetos. En la ladera sólo se veían armas, chacós y muertos; en una palabra, los residuos de una gran derrota.

Palabra del Dia

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