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Actualizado: 9 de junio de 2025


Por encima de las cabezas sólo se veían pasar piedras, y los que las habían arrojado se lamentaban de que éstas no pudiesen llegar hasta el ser á quien iban dedicadas. Gillespie adivinó instintivamente la agresividad contra él que parecía diluida en el espacio. Por esto no quiso escuchar en los primeros momentos los consejos conciliadores que le daba el profesor.

Y como causaba asombro verle encerrarse en Orsel abandonado a una inacción de la cual se lamentaban sus amigos, a esta observación, que no era nueva, replicaba: Cada uno procede según sus fuerzas. Alguien dijo: Eso es prudencia. Puede ser repuso D'Orsel. En todo caso, nadie podría decir que sea una locura vivir tranquilamente en una finca propia y encontrarse a gusto.

Yo dije: ¿qué pasará? y Samaniego salió de la tienda preguntando: ¿qué hay? ¿Cómo que qué hay?. El inglés entonces, con un terror que no puedo pintarte, nos dijo: 'Señor muerto; señor como muerto'. Corrió allá Pepe y yo detrás. En el portal había un corrillo de gente; unos salían, otros entraban, y todos se lamentaban del suceso. Subí con Pepe... la puerta estaba abierta.

El público del sexo de Lady Clara, y una fracción del sexo opuesto, formado, sin embargo, por personas de poco carácter, adoptaba la opinión de tal periódico. Pero los más no deducían del acto consecuencias morales; les bastaba saber que la raptora había sacudido de sus primorosas zapatillas el encarnado polvo de Fiddletown; lamentaban más bien su pérdida que el crimen cometido.

Gentes que se habían mirado al principio de la travesía con notoria hostilidad se lamentaban de esta separación. «¡Tanto como hemos simpatizado!... ¡Tan buenos ratos que hemos vivido juntos!...» Las damas, que en los primeros días del viaje se mantenían por orgullo nacional en diversos grupos enemigos, despedíanse ahora con una tristeza casi lacrimosa.

Tal vez viviría años, tal vez moriría en una de estas crisis; lo importante era que llevase una existencia plácida, sin profundas emociones. Y las dos señoras, que conocían su verdadero estado, lo lamentaban cuando él no estaba presente. ¡Tan joven! ¡tan afectuoso y tímido!

Algunos recordaban con amargura que les había invitado a la fiesta, y se lamentaban de la ausencia. Uno de ellos preguntó si era cierto que una muchacha de la gañanía estaba enferma del susto. Al decir Rafael que era una gitana, muchos levantaron los hombros. ¡Una gitana! pronto se pondría buena.

Los náufragos más ágiles se veían rodeados, al pisar la cubierta, por grupos que lamentaban su desgracia, al mismo tiempo que les ofrecían líquidos calientes. Otros daban unos cuantos pasos, como si estuviesen ebrios, é iban á caer en un banco. Algunos tenían que ser izados desde el fondo del bote y conducidos en una silla á la enfermería del vapor.

Prenda muy apropósito era el tupido manto para las aventuras y galanteros, que como dijo el poeta «siempre el manto fué en España tapa enredijos de amor....» y con harta frecuencia los autores de aquellos tiempos se lamentaban de los lances á que el uso de tal prenda daba lugar y en los cuales había con frecuencia tajos y cuchilladas de galanes rivales ó de burlados esposos y amantes.

Las maldiciones que las dos, ama y sobrina, echaron al bachiller no tuvieron cuento: mesaron sus cabellos, arañaron sus rostros, y, al modo de las endechaderas que se usaban, lamentaban la partida como si fuera la muerte de su señor.

Palabra del Dia

rigoleto

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