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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Entonces la labradora, cuya nariz aguileña se había encorvado hasta tocar los labios, a causa de la indignación que le producía ver cómo Hullin tomaba a broma su sueño, levantó la cabeza, y los grandes surcos de sus mejillas desaparecieron. Catalina cogió la carta, miró el lacre rojo y dijo a la joven: Dame un beso, Luisa; son buenas noticias. Luisa abrazó y besó a la anciana con frenesí.
La ramera, por costumbre del oficio, intentó acoger con cínica sonrisa, con el gesto excéptico del que conoce el secreto de la vida y no cree en nada, las exclamaciones de la escandalizada labradora. Pero la mirada fija de los ojos claros de Pepeta acabó por avergonzarla, y bajó la cabeza como si fuese á llorar. No; ella no era mala.
Los guerrilleros seguían marchando por los lados del camino sin decir nada, como si fuesen sombras. El trineo volvió a correr al galope del caballo; poco después moderó la marcha; el animal respiraba agitadamente. La labradora permanecía silenciosa, tratando de ordenar aquellas nuevas ideas en su cabeza.
Duchêne dijo la labradora ; márchese a la aldea; no quiero que el enemigo, por mi causa, le maltrate. El viejo servidor, moviendo su blanca cabeza, y con los ojos llenos de lágrimas, contestó: Lo mismo es, señora Lefèvre, que yo muera aquí. Hace cincuenta años que vine a esta casa...; no me obligue usted a dejarla: eso sería mi muerte.
-Eso digo yo -dijo Sancho Panza-, que si mi señora Dulcinea del Toboso está encantada, su daño; que yo no me tengo de tomar, yo, con los enemigos de mi amo, que deben de ser muchos y malos. Verdad sea que la que yo vi fue una labradora, y por labradora la tuve, y por tal labradora la juzgué; y si aquélla era Dulcinea, no ha de estar a mi cuenta, ni ha de correr por mí, o sobre ello, morena.
Ya cuando él me vino a decir esto, según después se supo, había gozado a la labradora con título de esposo, y esperaba ocasión de descubrirse a su salvo, temeroso de lo que el duque su padre haría cuando supiese su disparate.
Tenía siete duros al mes por todo medio de vida y una madre vieja a quien mantener, sencilla labradora que se había quitado el pan de la boca para dar carrera al hijo.
En el escaparate central estaba la muestra de la casa, lo que había hecho famoso al establecimiento: un maniquí vestido de labradora, con tres rosas en la mano, que al través del vidrio, mirando a los transeúntes con ojos cristalinos, les enviaba la sonrisa de su rostro de cera, punteado por las huellas de cien generaciones de moscas. Doña Manuela entró en la tienda.
Palabra del Dia
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