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Por lo tanto, nosotros aconsejamos a nuestras lectoras que digan Londres: lo mismo cuesta una palabra que otra; y por supuesto, que digan de todas suertes que se lo han enviado de fuera, o que lo han traído ellas mismas cuando estuvieron allá la primera, la segunda, o cualquiera vez, y aunque sea obra de Alegría.

Con respecto á la moral pública, los tribunales de Lóndres se han ocupado en 1856 de un inmenso número de procesos que traducen una corrupcion general de costumbres.

Había olvidado á sus rusos de aspecto sedicioso: ya no les daba dinero: otras eran ahora sus aficiones. De pronto, mostró deseos de vivir una larga temporada en Londres, y esto la hizo ceder á la petición de su hijo, que ansiaba realizar un viaje solo por toda Europa. Ya eres un hombre; vas á tener catorce años.

A la una de la madrugada llegué á Calais, embarcándome por la vez primera: la travesía hasta Douvres la hice en dos horas, sin haber sentido la mas leve incomodidad. En Douvres nos registraron apénas el equipaje, nos dieron un documento para poder salir de Inglaterra, vieron nuestros pasaportes, recobramos el camino de hierro, y á las cuatro horas entramos en Lóndres.

De este diario se valió D. Luis de la Cruz Cano de Olmedilla para la formacion de su gran mapa del América meridional, que publicado en Madrid en 1775, y reproducido por Faden en Londres, en 1799, fué adoptado por Arrowsmith, en 1811.

El Gallardo de Sevilla era diferente al de aquí. ¿Que es usted el mismo?... No lo dudo; pero para es otro... ¿Cómo explicarle esto?... En Londres conocí yo a un rajá... ¿Sabe usted lo que es un rajá? Gallardo movió negativamente la cabeza, sonrojándose de su ignorancia. Es un príncipe de la India.

El cochero de Currita, Tom Sickles, enorme tipo del automedonte británico, que pedía a voces el tricornio y la peluca empolvada, y se había sentado en Londres en el pescante del duque de Edimburgo, y en París en el de la princesa Matilde, dirigió los caballos corriendo a lo largo de la manifestación, por ver si adelantaba la cabeza de esta y podía entrar por la calle del Caballero de Gracia o por la de Peligros.

Un día llegué á casa de Lea á eso de las cuatro y la encontré con el sombrero puesto y con aire preocupado. Me acercó la frente á los labios y me dijo distraídamente: Tengo que salir por una hora. Mi padre me envía un recado con un amigo suyo y es preciso que vaya hoy mismo á verle al Gran Hotel, pues se marcha mañana á Londres. Entonces me voy. Hasta la noche. No; quédate un momento.

A una de sus calles sale el puente de Lóndres , cubierto eternamente por encima de carruajes y peatones: por debajo, de vapores. A la izquierda del fin del puente está el embarcadero de la línea de hierro de Paris, Southampton y otras seis ó siete.

Las ceroanias de Paris. Toda descripcion me seria imposible si pretendiese dar una idea muy somera al menos del paisaje interesante que se extiende a los dos lados del ferrocarril, desde Lóndres hasta Dover. La rapidez de la marcha y la noche me impedian mirar siquiera los objetos exteriores.