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Actualizado: 21 de julio de 2025
Hízomela diciendo que la cosa mala en que ella había pensado de pronto, era una despedida para lejanas tierras, por no tener ya quehaceres en aquéllas tan tristonas para mí. ¡Pensar yo en irme entonces de Tablanca!... Podía jurar que nunca me había visto más apegado al valle. Pero ¿por qué mi ausencia de él era calificada por ella de cosa mala?
Pero llegó un día... ya hacía tiempo que mi madre estaba enferma... un día de muerte me lo reveló todo, pero me hizo jurar que nada sabría mi padre. Entonces me hizo comprender cuán terrible es amar y saber que el hombre amado está en un continuo peligro.
-Así es verdad -respondió don Quijote-, y es forzoso que Andrés tenga paciencia hasta la vuelta, como vos, señora, decís; que yo le torno a jurar y a prometer de nuevo de no parar hasta hacerle vengado y pagado.
-No siento ninguno, señora -respondió don Quijote-, porque osaré jurar a Vuestra Excelencia que en mi vida he subido sobre bestia más reposada ni de mejor paso que Clavileño; y no sé yo qué le pudo mover a Malambruno para deshacerse de tan ligera y tan gentil cabalgadura, y abrasarla así, sin más ni más.
Don Pompeyo se quedó mirando a Orgaz asombrado de su desfachatez, mientras consideraba el argumento de Foja. No tenía qué contestar. Al cabo dijo: La verdad es... que jurar... yo no puedo jurar... pero... metafóricamente.... Además, puedo prometer por mi honor....
La mentira es la esencia misma de la humanidad. ¿Creen ustedes que se hace jurar sin objeto á los testigos que dirán la verdad, bajo pena de trabajos forzados? Pues se sabe bien que, aun así, no dicen más que lo que quieren ó lo que pueden. Hay que tomar y dejar. Unos son imbéciles, otros mal intencionados.
Pero..., pero que vamos, que hay que ponerse serio para decir ciertas cosas, mas es lo cierto, que en Tayabas la generalidad de los futuros papás, llevan su tradicional creencia, hasta jurar que sienten los mismos dolores que la mujer. ¿Qué tiene tu padre? decíamos en una ocasión á una muchacha. Tiene, señor, dolor de embarazo, nos contestó.
Por la calle no cruzaba nadie, pero en un balcón debía de haber gente, porque después de su beso sonó otro más fuerte seguido de alegre carcajada. Carlota, ruborizada hasta querer saltársele la sangre, echó a correr desatinadamente, lloró de vergüenza y le hizo jurar que se abstendría en adelante de tales expansiones imprudentes.
Hablaron largo rato de cosas de la vida, de viajes, de caza, de enfermedades, y sin saber cómo pararon en la cuestión magna del día, a saber, que el Rey no se moría tan presto como algunos pillos quisieran, que se había decidido jurar solemnemente a Isabelita como heredera del trono, y que el buenazo de D. Carlos se marchaba a Portugal.
Después me hizo jurar más de cien veces, por todos los seres queridos que se me habían muerto, por todos los santos del Cielo, que sólo ella me gustaba de veras y sólo a ella quería. Uno de los juramentos, el último y más solemne de todos, me obligó a hacerlo de rodillas sobre las piedras de la calle.
Palabra del Dia
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