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Estaba en París el 14 de julio y presencié la fiesta nacional. La revista militar en Longchamps fue pequeña: 15.000 hombres a lo sumo. He ahí los altos dignatarios del Estado.

Muñoz, después de titubear visiblemente, durante algunos segundos, le exigió, en forma muy categórica, su opinión sobre Adriana. Y luego que Julio expresó, tranquilamente, una idea opuesta a la suya, se irritó sobremanera. Discutieron. Julio terminó pidiéndole disculpa de no poder compartir una sola de las apreciaciones hechas por su amigo. ¡Qué quieres!

Charles de Vera. Mos de Indón. Mos de Lampujada. Álvaro de Lara. Julio Malvesín. Gaspar Peralta. Juan Antonio Spínola. Jerónimo de Montesoro. Constantino Sacano. Giuseppe Tremarchi. Juan Andrea Fantone. Pedro de Vida. Pedro de Juan. Lucas Calabres. Pedro de Almaguer. Juan de Zayas. Perucho Morán. Juan de Zayas. Juan de Castilla. Luis de Aguilar. Diego de Santa Cruz. Pedro de Vargas.

Escúcheme, repitió ella con modo afectuoso, casi tierno, yo no merezco su cariño... Yo, Muñoz... Ah, esta será la escenita romántica, interrumpió él con una sonrisa de sarcasmo. Yo no puedo querer, ahí está toda la complicación, todo lo indescifrable. No busque otra causa. No es verdad que yo quiera a otro... ¡No es verdad que quiere a Julio! No, no, continuó ella cada vez más agitada.

Cuando iba a marcharse, una de ellas, acaso para todavía retenerla, se empeñó en que debía conocer a Julio Lagos. Le dejamos arriba, conversando con la abuelita, cuando viniste. En seguida encendieron las luces de la sala y le hicieron bajar. Julio Lagos le pareció un muchacho nada vulgar.

Adiós, adiós, dormir bien dijo Ana, detrás de las vidrieras; y cerró las contraventanas de golpe y corrió el pestillo. Como la romería de San Pedro hubo muchas durante el mes de julio por los alrededores del Vivero. A casi todas asistieron los Marqueses y sus amigos.

La misma señora Laurier ostentaba con orgullo la redondez de su maternidad, que había llegado á los mayores extremos visibles. Sus ojos acariciaron el volumen vital que se delataba bajo los velos del luto. Otra vez pensó en Julio, sin tener en cuenta el curso del tiempo.

Pero ¿ crees que habrá guerra? preguntó Desnoyers. La guerra será mañana ó pasado. No hay quien la evite. Es un hecho necesario para la salud de la humanidad. Se hizo un silencio. Julio y Argensola miraron con asombro á este hombre de aspecto pacífico que acababa de hablar con arrogancia belicosa.

»Sábado día de San Ignacio de Loyola, y último del mes de Julio, habiendo estado Velázquez toda la mañana asistiendo a su Magestad, se sintió fatigado con algún ardor, de suerte que le obligó a irse por el pasadizo a su casa.

Y no hables tanto, ahora; volverá a subirte la fiebre. En esto bajó Zoraida para pedir a Julio que hiciera compañía a la abuelita. Era preciso tranquilizarla de cualquier modo; ya resultaban inútiles los esfuerzos que ella y Eduardo hacían para darle a entender que no tenía gravedad el estado de Laura. A toda costa quería que la bajaran en una camilla.