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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Precisamente iba á tomar de limosna un escapulario mediante el cambio de cuatro reales fuertes. Pero Julî sacudía la cabeza y no quería ir al convento.

Ahora le tocaba á ella libertarle, como él lo había hecho sacándola de la servidumbre, y una voz interior le sugería la idea y presentaba á su imaginacion un horrible medio. ¡El P. Camorra, el cura! decía la voz. Julî se mordía los labios y quedaba sumida en sombría meditacion. A raiz del crímen de su padre, habían preso al abuelo esperando que por aquel medio aparecería el hijo.

Hermana Penchang estaba allí para comprar un anillo de brillantes que tenía prometido á la Virgen de Antipolo: á Julî la había dejado en casa aprendiendo de memoria un librito que le había vendido el cura por dos cuartos, con cuarenta días de indulgencia concedidos por el arzobispo para todo el que lo leyere ú oyere leer.

Julî acudía á sus imágenes, contaba y recontaba el dinero, y los doscientos pesos no se aumentaban, no querían multiplicarse; de pronto se vestía, reunía todas sus alhajas, pedía consejos al abuelo, iría á ver al gobernadorcillo, al juez, al escribiente, al teniente de la Guardia civil. El viejo á todo decía , y cuando ella decía no, no decía tambien.

Y creyendo salvar á Julî la hacía leer y releer el librito de Tandang Basio Macunat recomendándola fuese siempre á verse con el cura en el convento, como hacía la heroina que tanto ensalzaba el fraile, su autor.

El entonces cogió la vieja hacha de su padre y con ella al hombro proseguía sus tétricos paseos. Cada vez que salía de casa, Tandang Selo y Julî temblaban por su vida. Esta se levantaba de su telar, se iba á la ventana, oraba, hacía promesas á los santos, rezaba novenas. El abuelo no sabía á veces cómo terminar el aro de una escoba y hablaba de volver al bosque.

Pero á medida que se acercaban al pueblo, la energía nerviosa la abandonaba poco á poco, se volvía silenciosa, perdía su decision, acortaba el paso, y despues se quedaba detrás. Hermana Balî tenía que animarla. ¡Que vamos á llegar tarde! decía. Julî seguía pálida, con los ojos bajos, sin atreverse á levantarlos. Creía que todo el mundo la miraba y la señalaban con el dedo.

Hermana Balî se alegró y procuró tranquilizarla, pero Julî no escuchaba y parecía que solo tenía prisa por llegar al convento. Ella se había arreglado, se había puesto sus mejores trajes y hasta parecía que estaba muy animada. Hablaba mucho aunque algo incoherente. Echaron á andar. Julî iba delante y se impacientaba porque su compañera se quedaba detrás.

El Juez de Paz era un hombre muy brusco, pero viendo á Julî acaso se portase menos groseramente: aquí estaba la sabiduría del consejo. Con mucha gravedad oyó el señor Juez á hermana Balî, que era quien tomaba la palabra, no sin mirar de cuando en cuando á la joven que tenía los ojos bajos y estaba muy avergonzada.

Por eso será que Julî no ha querido desprenderse de él prefiriendo empeñarse. La observacion surtió efecto. El recuerdo de su hija detuvo á Cabesang Tales. Si me permitís, dijo, iré al pueblo á consultarlo con mi hija: antes de la noche estaré de vuelta. Quedáronse en ello y Cabesang Tales bajó inmediatamente.

Palabra del Dia

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