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Actualizado: 9 de junio de 2025


Muchos la consideraban arruinada después de sus prodigalidades en la última guerra civil, pero, Jaime conocía la verdadera fortuna de la devota señora. Su vida era simple como la de una payesa; le quedaban en la isla extensos predios, y todas sus economías las invertía en regalos a iglesias y conventos o en donativos al tesoro de San Pedro.

Anduvo Jaime Febrer casi desnudo por la habitación, ante la ventana abierta, partida por una columna delgadísima. No había miedo de que le viesen. La casa de enfrente era un palacio viejo como el suyo; un caserón de pocos huecos.

Cuando terminaban las fiestas y Sóller recobraba su plácida calma, el pequeño Jaime pasaba los días correteando por los naranjales con Antonia, la vieja madó Antonia de ahora, que era entonces una mujerona fresca, de blancos dientes, curvo pecho y pisada fuerte, viuda a los pocos meses de matrimonio y perseguida por las miradas ardorosas de toda la payesía.

Mientras más se acercaba el suspirado día, más tiernos estaban los novios; sus coloquios íntimos eran interminables: juntos salían a caballo, doña Luz en el suyo, y D. Jaime en otro bastante bueno y bonito, de la propiedad de D. Acisclo; y también iban de paseo a pie, en compañía de doña Manolita, muy ufana de haber sido la mediadora en aquella feliz alianza.

Hasta Alcira llegaba el rumor de otras hazañas del príncipe, como le llamaba don Jaime al ver la despreocupación con que gastaba el dinero.

¿Estás acaso enamorado de Catalina? preguntó. Los ojos de ámbar del capitán, maliciosos y fijos en Jaime, no le permitieron mentir. ¿Enamorado?... Enamorado no. Pero no era indispensable el amor para casarse. Catalina era simpática, podía ser una excelente esposa, una agradable compañera. Pablo extremó más aún su sonrisa.

Aparato escénico en la primera mitad del siglo XVI. Dramas religiosos de esta época. Traducciones é imitaciones de tragedias y comedias antiguas. 303 CAPÍTULO VII. Tragedias de Vasco Díaz Tanco. Comedias de Jaime de Huete, Agustín de Ortiz, Juan Pastor y Cristóbal de Castillejo. Lope de Rueda. Disposición externa del teatro á mediados del siglo XVI. Alonso de la Vega.

Al anochecer bajó a la alquería para traerle la cena. Ya había encontrado en el porche varios cortejantes venidos de muy lejos, que esperaban sentados en los poyos el principio del festeig. ¡Hasta luego, don Jaime!...

Señor respondió el sirviente es un caballero que ha venido en un simón y dice que necesita verle a usted a toda costa para hablarle de un asunto del cual depende la felicidad de la señorita Antonia. Pedro y Jaime se han visto muy apurados para contenerle. En fin, ahí le tiene usted.

Con esta brusca interrupción del marino se hizo el silencio. Catalina puso un gesto triste, como si temiese que se reprodujeran ante Febrer las ruidosas escenas que había presenciado muchas veces al discutir los dos hermanos. Don Benito levantó los hombros y habló sólo para Jaime. Su hermano estaba loco: un corazón de oro, pero loco, rematadamente loco.

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