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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Hable usted con entera confianza, le dije, y á despecho suyo le cogí el sombrero que tenia en la mano, y se lo coloqué en una silla. Despues aproximé mi asiento al suyo, y le exhorté con una mirada de interés y de afecto. Es el caso, dijo animándose nuestro interlocutor, que tengo una viva curiosidad porque usted me explique lo que me dijo ayer en Versalles, sobre la pintura de Horacio Vernet.
Simón pareció desconcertado por la humildad de esa confesión y contempló a su interlocutor menos hostilmente, a pesar de lo cual persistía aún en sus ojos y en la, contracción de sus labios un resto de desconfianza.
Figúrense ustedes un ser enteramente parecido a una persona; algo más encorvado hacia el suelo que el género humano, merced, sin duda, al hábito de vivir inclinado sobre el bufete: mitad sillón, mitad hombre; entrecejo arrugado; la voz más hueca y campanuda que las de las personas; las manos mijt y mijt, como dicen los chuferos y valencianos, de tinta y tabaco; gran autoridad en el decir; mesurado compás de frases; vista insultantemente curiosa, y que oculta a su interlocutor por una rendija que le dejan libres los párpados fruncidos y casi cerrados, que es manera de mirar sumamente importante y como de quien tiene graves cuidados; los anteojos encaramados a la frente; calva, hija de la fuerza del talento, y gran balumba de papeles revueltos y libros confundidos, que bastarán a dar una muestra de lo coordinadas que podía tener en la cabeza sus ideas; una caja de rapé y una petaca: los demás vicios no se veían.
Dos fortunas, señor, y sólo por necesidad me veo obligado a defenderme. Y cuando don Eleazar llegaba al fin de su discurso, abría su caja de rapé, invitaba a su interlocutor, y en seguida sacaba de sus profundas faltriqueras un largo pañuelo de la India con el cual se sonaba las narices y se cubría el rostro, para hacer más expresivas sus lamentaciones.
El comediante, sin detenerse, mira á su interlocutor de arriba abajo; adivina en él á un autor incipiente; su gesto es despectivo. Al fondo, en el saloncillo... responde. Y se va.
Y ¿quién se dice, mi excelente señor, que es el padre de la criaturita, que parece contar tres ó cuatro meses de nacida, y que la Sra. Prynne tiene en los brazos? En realidad amigo mío, ese asunto continúa siendo un enigma, y está por encontrarse quien lo descifre, respondió el interlocutor. Madama Ester rehusa hablar en absoluto, y los magistrados se han roto la cabeza en vano.
Ambas cosas hacía con rara perfección. Cuando guardaba silencio parecía la estatua de la atención. Con la cabeza echada hacia atrás, paseaba sus ojos vivos de uno á otro interlocutor absorbiendo sus palabras, su actitud y sus gestos como si se tratase de fijarlos en la memoria para siempre.
Asentía á todo cuanto se le dijese, cerrando los ojos, bajando la cabeza y diciendo en tono melífluo: «¡Perfectamente!» Tenía el Sr. Velasco de la Cueva infinitos modos de pronunciar este perfectamente, alargando, contrayendo, reforzando ó suavizando las sílabas, de tal suerte que se ajustaba al tono y significado de las palabras del interlocutor.
Miss Harvey extrañaría con razón mi partida y yo no tendría gusto alguno en marcharme. Seguiré á ustedes, pues, con el pensamiento. Entretanto, amigo mío, interrumpió Tragomer, que temía verse descubierto por su astuto interlocutor, va usted á presentarme á miss Maud Harvey como ha prometido...
Entonces Tragomer, cubriendo con una mirada á su interlocutor, dijo recalcando las palabras hasta darles un tono amenazador: Dime; ¿has conocido á miss Harvey durante tu viaje á América? Sorege no levantó los ojos, siguió cerrado é impasible, pero se levantó lentamente, cogió un cigarrillo y le encendió en la chimenea, como si quisiera tomarse tiempo para reflexionar.
Palabra del Dia
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