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Un día, papá entró en la cocina donde estábamos, y tomando una expresión indiferente, se paseó un instante por entre los calderos, resoplando y golpeando con su varilla las largas cañas de sus botas. ¿Te has vuelto inspector de cocinas hoy, papá? dije.

Pero el olivar vomitó gente y más gente sobre nuestra infantería. Por un instante confundidas ambas líneas en densa nube de polvo y humo, no se podía saber cuál llevaba ventaja. Caían los nuestros sobre los imperiales, y la metralla enemiga les hacía retroceder; avanzaban ellos, y adquiríamos a nuestra vez momentánea inferioridad.

Las tintas rabiosas de los trajes de la huerta, las blancas manchas de los grupos en mangas de camisa, los pantalones rojos de los soldados, los enormes quitasoles de seda granate que parecían robados de una antigua sacristía, los gigantescos abanicos de papel moviéndose con incesante aleteo, las botas de vino que a cada instante se alzaban oblicuamente sobre las cabezas, los gritos, las protestas porque se hacía tarde, todo daba a aquella parte de la plaza un aspecto de locura orgiástica, de brutalidad jocosa.

De pronto se escuchó a lo lejos sonar de cornetas cada instante más fuerte, y en seguida rumor de música militar que se venía aproximando. Después, en el repecho que forma la calle ante el Hospital, apareció un batallón de los acuartelados cerca de los Doks, que se dirigía a la estación del Norte.

Pero di un paso atrás y, sacando el revólver, grité: ¡No pasarán ustedes, canallas, miserables! Suelten a esa joven que llevan secuestrada... En un instante se llenó aquello de gente. Mis gritos eran horrendos. Deseaba que el escándalo fuese gordo y viniese la Policía cuanto más pronto.

En aquel momento lo que me embargó fue un gran sentimiento de vergüenza, y recuerdo que exclamé apretándome contra el sacerdote que marchaba a mi lado: «¡Ah, por Dios, que no me vean, que no me veanHasta el instante de salir de la cárcel, no se me occurió que iba a hallarme frente a una muchedumbre de espectadores, y que algunos millares de ojos se irían a clavar sobre mi rostro con expresión de burla y desprecio.

Hubo un instante en que no pudimos contrarrestar el impulso de una ola, y entramos en el canalizo rasando las rocas, envueltos en nubes de espuma, expuestos a hacernos pedazos. Alrededor, cerca de nosotros, todo el mar estaba blanco; en cambio, por contraste, más lejos parecía completamente negro.

Porque es bien que sepan ustedes que desde el instante mismo en que tuve conocimiento de la huida de las monjas concebí el proyecto y aun formé propósito de ir a esta ciudad en cuanto pudiese hacerlo sin ser advertido.

Al instante dos muchachas bonitas y muy aseadas sirviéron el chocolate: Candido no pudo ménos de elogiar sus gracias y su hermosura.

Se miraron fijamente, insistentemente, aislados del mundo en aquella recta paralela de alma a alma que los mantenía inmóviles. Durante el tercero, mi vecino no volvió un instante la cabeza. Pero antes de concluir aquél salió por el pasillo opuesto. Miré al palco, y ella también se había retirado. Final de idilio me dije melancólicamente. El no volvió más y el palco quedó vacío.