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Actualizado: 10 de junio de 2025
Se hace duro é insensible, y como está concentrado en si, no es capaz de espíritu público, ni los resortes de la política pueden obrar sobre él.
Ido permaneció completamente insensible a la lisonja que le soltara su amigo, y tenía la imaginación sumergida en sombrío lago de tristezas, dudas, temores y desconfianzas. A Izquierdo le roía el pesimismo.
Cantantes incomparables, que ya han desaparecido, ponían en ella transportes de entusiasmo. El auditorio estallaba en aplausos frenéticos. Aquella maravillosa electricidad de la música apasionada, removía como con la mano, la musa de cerebros pesados o de corazones distraídos y comunicaba al más insensible de los espectadores aires de inspirado.
Ninguno de los entrantes o salientes hacía caso del pobre Pulido, porque ya tenían costumbre de verle impávido en su guardia, tan insensible a la nieve como al calor sofocante, con su mano extendida, mal envuelto en raída capita de paño pardo, modulando sin cesar palabras tristes, que salían congeladas de sus labios.
Su aspecto era verdaderamente aterrador; había caído fulminada por un violento golpe de sangre; estaba sin conocimiento, insensible, relajada y en una inmovilidad absoluta. Era una masa inerte, en la cual sólo la persistencia de la respiración y los latidos del corazón que llegamos a percibir, atestiguaban que la vida aún no se había extinguido.
Suponiendo que se mostrase insensible y la despreciase, ¿qué le importaba? Aquello era jugar un décimo de lotería: por de contado, no había de caerle el premio gordo; mas acaso el estanquero le ayudase a pagar el cuarto o le regalase algún vestidillo.
Este accidente había ocasionado la rotura de algunos puntos en el talle de Nancy, así como una gran agitación en el espíritu de su hermana Priscila, como una inquietud seria en el de Nancy. Nuestro pensamiento puede absorberse en los conflictos del amor, pero rara vez llega esto a punto de hacerlo casi insensible a un cambio general de las cosas.
Mientras que Hullin, al frente de los montañeses, se preparaba para la defensa, el loco Yégof, aquel ser inconsciente, aquel desgraciado que llevaba en la cabeza una corona de hojalata, aquella dolorosa imagen del alma humana herida en su parte más noble, más hermosa y más importante, la inteligencia, el loco Yégof, con el pecho descubierto, los pies desnudos, insensible al frío, como el reptil preso en el hielo, vagaba de montaña en montaña, en medio de las nieves.
Al golpe rudo, inesperado, violento, anulado el sentimiento, insensible, inerte, mudo quedóse, y luégo, sañudo, vuelto en sí, con la voz fiera, ¡Venganza gritó aunque muera en mi venganza mi amor! ¡Ay madre de mi dolor! ¡jamas á mi Leila viera!
Los mozos del lugar o forasteros que, por más guapos e importantes, habían osado aspirar a doña Luz y habían sido rechazados con suavidad antes de una declaración que los comprometiese, tenían tan alta opinión de doña Luz y de ellos mismos, que cada cual imaginaba que era inexpugnable la que a sus encantos y buenas prendas no se había rendido. ¿Cómo creer que gustase de un fraile enfermizo y casi viejo la que había sido fría, insensible y desamorada con un mozo galán, robusto y gallardo?
Palabra del Dia
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