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Decid al sargento mayor don Juan de Guzmán, pero no digáis á mi amante exclamó con altanería Luisa ; sobre todo, no deis mal ejemplo á vuestra hija diciendo delante de ella tales cosas. ¡Mi hija...! ¡tan perdida como vos! ¡Padre! exclamó con su dulce voz la Inesilla ; es verdad que quiero á Cristóbal, pero le quiero para mi marido... y mirad, señor, que mi madre es una mujer honrada.

Yo haré lo que deba, Inesilla. Sal de este convento, ve con esas señoras y espérame tranquila, con la segundad de que iré a buscarte. Si para entonces no has variado..., si te encuentro la misma... Contestóme al instante pasando su dedo índice por uno de los huecos de la reja.

El alférez y Velludo se miraron con asombro. Juan Montiño había crecido para ellos dos palmos. En cuanto al hostelero, se había avanzado á un corredor exclamando: Inesilla, hija, despierta y vístete y ponte maja, que tres gentileshombres te favorecen queriendo que los sirvas. Al momento viene, señores. Vamos á la sala azul.

¿Y qué hemos hecho, señor, más que lo que debíamos? dijo con la mayor audacia Cristóbal Cuero, el paje rubio amante de la Inesilla. ¿Cómo que lo que debíais? ¿Pues no habéis intentado envenenar á su majestad? ¿Quién os ha dicho eso, señor Montiño? dijo Cristóbal. ¿Quién ha de habérmelo dicho? ¡Los funestos, los terribles resultados!

Te he querido con toda mi alma, Inesilla, y con veinte almas más, porque una sola no basta para quererte como te quiero... Dime con la mano puesta sobre el corazón si lo mereces ; dímelo. Pues no lo he de merecer me contestó sonriendo . Merezco eso y mucho más, porque me lo tengo ganado y pagado con interés y anticipación. ¿Pero no ve usted, Sr.

Estábamos en el zaguán: padrastro mirando por centésima vez la petaca de plata, mi madre llorando, Inesilla atándome un manojo de flores campestres, yo con los ojos preñados de lágrimas, cuando de pronto mi padrastro me cogió por la mano y, guiándome hasta el fondo del comedor, cerró tras la puerta, dejando entrar a madre; Inesilla se quedó fuera.

Pues bien; el duque de Lerma os prendió, porque yo se lo pedí al duque de Lerma, y el duque os soltará, porque yo le pediré que os suelte. A seguida, , Cristóbal, irás á casa del señor Gabriel y me devolverás mi dinero. En seguida. ¡Oh! ¡qué alegría, madre! exclamó la Inesilla ; ¿ya no os harán nada? Nada, hija mía. ¡Ni nos ahorcarán! ¿Quién piensa en la horca?

Pasado el primer instante de estupor, mi madre me cubrió de besos, mi padrastro lloró de ternura, Inesilla me cogió el saco de mano y comenzó a darle vueltas. ¡Ave María Purísima! La chica era guapa, una real moza, fresca, garbosa, con cada ojazo, y ¡un pelo más hermoso! Lo que se llama una gran mujer.

Hay que ser superficial, frívola, y como a no me gusta eso, pues... me callo». «Bien hecho la dije, no te aflijas, hija mía; yo te buscaré un novio digno de . No te aseguro que sea rico; pero inteligente y espiritual y culto y muy hombre, merecedor, en una palabra, de los tesoros de tu alma». Inesilla se conmovió profundamente.

Pensé para mis adentros que querían otro par de mulas. ¿Y qué era? ¡Lo increíble! No ignorando, como no ignoraba ninguno de ellos, cuál es mi vida, mi padrastro, en presencia de mi madre, con su aprobación y moviendo la cabeza hacia donde estaba Inesilla, me dijo: «Anda, Nicolasa, ya que has hecho suerte, ¿por qué no te llevas a la chica?» ¡Qué atrocidad!