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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Partió a Italia como caudillo de la Iglesia; los aventureros de Europa y los bandidos del país formaron su ejército: mató e incendió en los campos, entró a saco en las ciudades a nombre de su señor el Pontífice, y al poco tiempo los desterrados de Aviñón podían ocupar de nuevo su trono de Roma.

La esclavitud, el deshonor y el incendio, eran las consecuencias á que se entregaba el vencido, de aquí el que las resistencias fuesen tan tenaces como el ataque. En el poético canal que se abre frente á Albay y que divide la isla de Bataan de la de Cagraray, achacoso y octogenario vive el célebre comisario Juan, héroe de una de las correrías moriscas.

Pero pasó una noche rompiendo cuartillas y dando paseos nerviosos para relatar un incendio, y al fin hubo de transmitir el encargo a un golfillo de la casa que no sabía escribir un renglón con su ortografía. Le dieron telegramas para que los ampliase, y los redactó con menos palabras que el original. Era un espíritu superior, incapaz de tan bajas funciones.

En aquel momento sonó una detonación, y poco después se oyeron las voces de los criados que gritaban: ¡Fuego! ¡fuego en la cámara de su excelencia la señora condesa! ¡Eso es que Quevedo se me escapa! exclamó doña Catalina. Y corrió desolada al lugar del incendio. Entre tanto el conde sacó del bolsillo una carta, la retorció y la puso á la luz. Aquella carta ardió.

Las llamas del incendio de 1735 lo consumieron privando a las gentes venideras de saber cómo interpretó el gran artista aquel crimen político donde fue sacrificado a la unidad religiosa hasta lo único que hay acaso en el hombre de origen divino: la caridad.

Sin duda por el afán de lucirse y de inmortalizarse, así como Eróstrato incendió el templo de Diana en Efeso, hubo muchos que, sintiéndose ruines, amaron la celebridad más que la vida, y no por amor a la libertad y a la patria, sino por amor de la vanagloria, dieron muerte a sendos reyes o tiranos.

No dió un grito, no se quejó; se fué como había vivido... Las enfermeras cuentan que el cadáver sonreía; un cadáver ligero como una pluma. En torno de la tumba se ennegrecen varias coronas, lo mismo que si las hubiese chamuscado un incendio. Toledo rebusca entre estas ofrendas de las compañeras de la difunta, hasta señalar un manojo de rosas frescas que empiezan á marchitarse.

Ya sólo quedaban en pie las paredes y la parra, con sus sarmientos retorcidos por el incendio y las pilastras que se destacaban como barras de tinta sobre un fondo rojo. Batistet, con el ansia de salvar algo, corría desaforado por las sendas, gritando, aporreando las puertas de las barracas inmediatas, que parecían parpadear con el reflejo del incendio. ¡Socorro! ¡socorro!... ¡A fòc! ¡á fòc!

Al detenerse en una altura, volvió Maltrana la cabeza y vio flotando a sus espaldas, sobre los cerros negros, un velo rojo, un resplandor de lejano incendio, que coloreaba gran parte del horizonte. Era el vaho luminoso de Madrid invisible.

Cuando Visitación era soltera, se dijo ¡de quién no se dice! si había saltado o no había saltado por un balcón... no por causa de incendio, sino por causa de un novio que algunos presumían que había sido Mesía. Todas eran conjeturas; cierto nada. Como ella era algo ligera... como no guardaba las apariencias....

Palabra del Dia

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