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El desertor de los Arribeños, el soldado de Granaderos a caballo, que no ha querido inmortalizarse en Chacabuco y en Maipú, resuelve ir a reunirse a la montonera de Ramírez, vástago de la de Artigas, y cuya celebridad en crímenes y en odio a las ciudades a que hace la guerra, ha llegado hasta los Llanos y tiene lleno de espanto a los gobiernos.

Esa familia creeria que iba á dar una campanada de buen tono en el mundo, que iba á inmortalizarse con un escándalo de alta escuela, y no sabe que un escritor oscuro y desgraciado le tiene lástima. ¡Cuánto más valdria que los miles de duros dilapidados en ese festin, se hubieran empleado en enjugar las lágrimas que circundarán aquella fastuosa vivienda, lágrimas que habrán visto aquel convite con espanto!

Basilio guiñando. La devota Hermana Penchang pensó que con aquel regalo la Virgen de Antipolo se ablandaría y le concedería su deseo más vehemente: hácia tiempo que le pedía un milagro ruidoso en que vaya mezclado su nombre para inmortalizarse en la tierra yendo al cielo despues, como la Cpna. Inés de los curas, y preguntó por el precio. Pero Simoun pedía tres mil pesos.

Por el contrario, han existido escritores que, sin poseer un talento soberano ni alcanzar el grado excelso de la inspiración poética que se denomina genio, lograron inmortalizarse merced á un hallazgo afortunado.

De la falange de los bohemios, que repito comprende la mayor parte de los escritores que han parecido de treinta o cuarenta años a esta parte, algunos, muy pocos por supuesto, han conseguido inmortalizarse con sus escritos; otros abandonando la literatura se han hecho personas formales y han entrado en la política o los negocios: éstos son los que mejor han librado; pero uno que otro, o más viciosos o más soberbios o menos aptos han persistido con extraña tenacidad en su vida aventurera y en sus costumbres abyectas que los han conducido rápidamente a un abismo de degradación.

Sin duda por el afán de lucirse y de inmortalizarse, así como Eróstrato incendió el templo de Diana en Efeso, hubo muchos que, sintiéndose ruines, amaron la celebridad más que la vida, y no por amor a la libertad y a la patria, sino por amor de la vanagloria, dieron muerte a sendos reyes o tiranos.

Se extraña de haber podido odiar á Martínez y deseado á esta mujer con tanta vehemencia. Sólo conoce ahora la melancolía de una tristeza enorme con el recuerdo de estos seres que ya no son, que empiezan á morir segunda vez al quedar olvidados por los que les conocieron. Unicamente pueden inmortalizarse en la memoria del príncipe, pobre memoria destinada á perecer á su vez dentro de unos años.