Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 9 de mayo de 2025


Aprobó doña Lupe, y los dos farmacéuticos salieron y tomaron un simón. Por el camino iba Maxi cabizbajo, y la aproximación al cementerio le imponía, subyugando su ánimo con la gravedad que lleva en la idea del morir. «Adelante, niño» le dijo su amigo cogiéndole por un brazo, y llevándole dentro del camposanto.

Y ésta se cumplió también, y con más rigor todavía. Vieron, pues, los frailes que era digno el Prior de su fama y que sentaba la mano de firme por la cosa más leve. Tenía un modo de mandar, que imponía la obediencia; y si como superior era inflexible, como hombre debía ser un león.

Si alguna vez se inclinaban ambos para contemplar cualquier objeto y sus cabezas se tocaban, Amalia no separaba la suya, dejaba que el conde aspirase la fragancia de ella largo rato cual si tratase de envenenarle. Se preocupaba de sus trajes y le imponía sus gustos. No debía ponerse levita; el frac azul le sentaba admirablemente. ¿Por qué gastaba guantes oscuros?

A su vez levantose ella con un movimiento de mujer indignada que jamás olvidaré; dio algunos pasos hacia su habitación, y como me arrastrara yo en pos de ella, siguiéndola, buscando una palabra que no fuese ofensiva, un postrer adiós, para decirle al menos que era ángel de previsión y de bondad, para agradecerle el haberme ahorrado una locura, con una expresión más abrumadora todavía, de lástima, de indulgencia y de autoridad, alzada la mano como si desde lejos tratara de ponerla sobre mi boca, repitió la seña que me imponía el silencio y desapareció.

Lo estrecho y vertical de los travesaños imponía la necesidad de agarrarse con manos y pies al ir ascendiendo: Perucho no disponía de las manos; la energía de la voluntad se le comunicó al dedo gordo del pie, que semejaba casi prensil a fuerza de adaptarse y adherirse a las barras de palo, bruñidas ya con el uso.

Amalia no sólo le hablaba de amor con los ojos, pero le imponía su voluntad, le hacía ejecutar todos sus caprichos, a veces le reprendía ásperamente. Anunciaba, por ejemplo, que se iba a marchar: al volver los ojos se encontraba con los de Amalia que le decían que se quedase, y se quedaba. Trataba de bailar con Fernanda, y una mirada severa bastaba para retenerle.

Poco a poco fue tomando el dolor de Segismundo acentos más tranquilos, y sentado a la cabecera del lecho mortuorio, habló con la santa de un asunto que necesariamente y por la fuerza de la realidad se imponía. «¡Ah!, no señora; dispense usted. Los gastos del entierro los pago yo. Quiero tener esa satisfacción. No me la quite usted, por Dios...».

Los propietarios de la «villa» no podían dormir con un muerto al otro lado de la pared. Además era un muerto sin nombre, lo que le hacía más inquietante y misterioso. Nadie llegaba á acordarse del apellido de este señor que había mandado miles de hombres y aún imponía su voluntad á los vivos.

Su rostro era de admirable blancura, sus ojos garzos y negros, su nariz basta y respingada, abierta descaradamente al aire, como gran ventana, necesaria a la respiración de un grande y profundo edificio. El chorro de viento que entraba por aquella nariz modelada para el desparpajo, imponía miedo a los espectadores de su cólera.

Los excesos de celo de la autoridad se agradecían y premiaban, y al que osaba protestar se le imponía silencio con el recuerdo de La Mano Negra.

Palabra del Dia

commiserit

Otros Mirando