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Actualizado: 9 de mayo de 2025


La sociedad que se imponía á la nuestra era menos grande, menos valerosa, menos apasionada; pero más culta, más refinada, más hipócrita. Con ella vinieron los abates, y vino la literatura clásica, fría, ceremoniosa, falsa, hipócrita también. La poesía pastoril, último grado de la hipocresía literaria, tuvo un renacimiento funesto en el siglo pasado.

Aquel hombre que imponía respeto a sus convecinos mientras despachaba sellos y cajetillas, más serio que San Luis cuando administraba justicia bajo el legendario roble, era por las tardes un personaje enteramente distinto.

Antes de ello, apenas me atrevía a abrir la boca delante de mi tía, excepción hecha de las veces en que el cura se hallaba como tercero entre nosotros; me imponía silencio antes de que hubiese concluido mi frase. Declaro que este proceder érame penoso en extremo, pues soy charlatana por naturaleza.

Mi extraña conversión y el refinamiento vicioso de quien, sin caer en ello, era aún enamorada pecadora, me inducían a deleitarme con aquellas visitas, a aliñarlas con el sabor picante de un falso misticismo y con las mortificaciones y castigos que yo imponía a mi cuerpo, y a saborearlas regalándome y alimentándome con la dulzura de ellas, como si usía fuese mi Dios y no el que está en el cielo.

Lo que él entendía por su deber, que acaso fuera una necesidad mal comprendida, le imponía esta resolución. Luz no se desorientó tampoco en el nuevo terreno a que la llevó la consulta de Ángel.

Y con gran escándalo de su madre y de madó Antonia, que al asomarse le creían loco, permanecía echado de bruces y disparaba en esta posición, amaestrándose «para cuando le hiriesen». Pero como era hombre cortés, incapaz de injustas provocaciones, y su aspecto imponía respeto a los insolentes, transcurría el tiempo y el lance no llegaba.

En los cañaverales cantaba un ruiseñor débilmente como anonadado por la belleza de la noche. Se deseaba vivir más que nunca; la sangre parecía correr por el cuerpo más aprisa, los sentidos se afinaban y el paisaje imponía silencio con su belleza pálida, como esas intensas voluptuosidades que se paladean con un recogimiento místico. Rafael seguía el camino de siempre, iba hacia la casa azul.

El que era poderoso e imponía a su alrededor órdenes inviolables, se pone rudo cilicio y entra con sumisión en las vías que le son prescritas. El que ardía en amores y en deseos, renuncia a los placeres prometidos y abre un abismo entre su corazón y el mundo. El menor sacrificio del más débil de esos anacoretas, haría la gloria de un héroe.

En realidad, Adriana ejercía sobre ella un gran dominio que nadie hubiera sospechado al verlas juntas, según Charito la censuraba y le imponía consejos que eran siempre escuchados, aunque nunca seguidos. Adriana, por el contrario, obtenía de ella, sin parecerlo, todo lo que quería. Voy a proponerte algo, le dijo, para poner a prueba tu amistad.

Y Rafael oía todas estas cosas como en sueños. Realmente él no había manifestado ningún deseo de casarse; pero allí estaba su madre que lo arreglaba todo, que le imponía su voluntad, que aceleraba aquel afecto tenue y ligero, empujándole hacia Remedios. Su boda era cosa decidida, un tema de conversación para toda la ciudad.

Palabra del Dia

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