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Actualizado: 9 de mayo de 2025


En otro lugar leemos: «En las escabrosidades de las altas montañas de todas las islas Filipinas, y en las espinosas de sus impenetrables bosques, habitan numerosas razas ó tribus de infieles, hasta cuyos desgraciados individuos no ha penetrado aún, por desgracia, la luz del cristianismo y de la civilización.

Llegó Novillo cuando la duquesa se hallaba en aquella disposición antitaurina y antiamorosa; llegó el criado anunciando que el coche estaba dispuesto; llegó Patón, vestido de jornada, con botas altas y capote. ¿Qué dispone mi señora? preguntó Novillo, inclinándose ceremoniosamente, en la mano un saquito que contenía impenetrables secretos de alquimia cosmética. ¿Que qué dispongo?

Las altas regiones del Poder han permanecido impenetrables para nosotros; pero ahora nos toca hacer una excursión hacia los elevados lugares, lugares que llamaba el público la Casa Grande, para conocer, aunque no con la profundidad que el caso exige, la fuente del abominable complot anteriormente descrito.

Parecerá sorprendente, que con el mundo abierto ante ella, sin ninguna restricción en su sentencia que la impidiera dejar aquella obscura y remota colonia puritana y volver al lugar de su nacimiento, ó á cualquiera otro país europeo, y ocultar allí su persona y su identidad, bajo un nuevo exterior, como si empezara por completo otra existencia, y teniendo también á su alcance los bosques sombríos y casi impenetrables, donde lo impetuoso de su sér espiritual podría asimilarse al pueblo cuyas costumbres y vida nada tenían de común con la ley que la había condenado; parecerá sorprendente, repito, que esta mujer pudiera aún dar el nombre de hogar á aquel sitio donde había ella de ser el tipo de la ignominia.

A lo que respondió don Quijote: -Señora mía, sabrá la vuestra grandeza que todas o las más cosas que a me suceden van fuera de los términos ordinarios de las que a los otros caballeros andantes acontecen, o ya sean encaminadas por el querer inescrutable de los hados, o ya vengan encaminadas por la malicia de algún encantador invidioso; y, como es cosa ya averiguada que todos o los más caballeros andantes y famosos, uno tenga gracia de no poder ser encantado, otro de ser de tan impenetrables carnes que no pueda ser herido, como lo fue el famoso Roldán, uno de los doce Pares de Francia, de quien se cuenta que no podía ser ferido sino por la planta del pie izquierdo, y que esto había de ser con la punta de un alfiler gordo, y no con otra suerte de arma alguna; y así, cuando Bernardo del Carpio le mató en Roncesvalles, viendo que no le podía llagar con fierro, le levantó del suelo entre los brazos y le ahogó, acordándose entonces de la muerte que dio Hércules a Anteón, aquel feroz gigante que decían ser hijo de la Tierra.

Los árboles de teck, sagú, mangostán, cedro, bambú, arenghe, saccaripre, betel, rotang y otros infinitos, se apiñaban, entrelazando su ramaje y sus raíces, y los bejucos y las plantas trepadoras formaban impenetrables redes corriéndose de un árbol a otro, subiendo, bajando y serpenteando por la tierra. No faltaban los árboles frutales silvestres.

Las selvas umbrosas e impenetrables, llenas de colores y armonías que se admiran en las soledades de América, están representadas por las espesuras del Retiro y por los bosques de la plazuela de Oriente, de la plazuela de Santo Domingo y otras plazuelas menos conocidas.

En los tres descansos se veían jardinillos bastante descuidados, pero que tenían ese encanto misterioso y poético que la Naturaleza presta a los lugares que el hombre le abandona. Los arbustos habían crecido desmesuradamente y tejían sus ramas, formando bosquecillos impenetrables. Las flores eran escasas y crecían donde los arbustos no les quitaban la luz.

Y las tinieblas tornan impenetrables. La ventanilla está elevada hasta el comedio; por el espacio abierto, en la negrura intensa del cielo, una estrella fulgura, ya blanca, ya azul, ya violeta, ya anaranjada, en rápidos, en vivos, en misteriosos cambiantes. El tren corre frenético por la llanura infinita de la estepa.

Retrocedimos el camino andado, lenta y trabajosamente, volviendo a tener que pasar por entre las malezas casi impenetrables, desgarrando nuestras ropas e hiriéndonos, y una vez que llegamos al puente, que era el punto de partida, emprendimos de nuevo la marcha.

Palabra del Dia

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