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Actualizado: 5 de octubre de 2025
Yo los desprecio y corro y vuelo más y más: ¡cadáveres y huracanes, hacedme lugar! Un huracán, el más terrible de los que recorren el Africa, discurría solitario por el Océano del desierto.
Donde quiera se alzan peñascos colosales como de una sola pieza, de oscura tinta y medroso aspecto, ora desgarrados en sus flancos por los derrumbes, ora desnudos como torres ó bastiones de fortalezas titánicas, ó cubiertos de malezas y bosques de abetos diezmados por los huracanes.
Estos cuatro patios, en medio de los cuales, precedida de la calle de cipreses, se erguía la iglesia con su campanario, como un enorme ciprés de piedra, formaban el conjunto de aquel majestuoso edificio. El techo se componía de un millón de tejas, sujeta cada una con un gran clavo de hierro, para evitar que las arrancasen los huracanes en aquel sitio elevado y próximo al mar.
La impresion que se siente al llegar al pequeño hotel que corona la cuesta de Montanvers es profunda y sorprendente para el viajero que llega por primera vez al «Mar-de-hielo.» Desde la eminencia en que está situado el edificio, batido frecuentemente por violentos huracanes y dominando un abismo, se ve el panorama mas tristemente hermoso y severo que las montañas pueden ofrecer.
Durante el invierno complacíase en flagelar su ventana con copos de nieve ó vientos helados, siendo causa de que no pudiese pegar los ojos. En las interminables noches invernales azotaba sin tregua ni descanso la roca do estaba asentada su vivienda; en verano ofrecíale huracanes inconmensurables, relámpagos de un mundo al otro.
¡Bah! repuso Maravillas creciéndose dos palmos ; no irán los huracanes por donde usted se figura. El efecto de mi primer artículo será de asombro, como el de la centella, como el del relámpago. El de la fábula le sentirán pocos; y éstos se guardarán muy bien de decir lo que les duele y en qué parte.
Entrando en el terreno fabuloso y supersticioso podríamos llenar muchas cuartillas con las narraciones que se relatan de la hermosa hija de Taga, á la cual atribuye la tradición el perfeccionamiento en la lira. Se cuenta en las islas, haberla visto aparecerse encima de su sarcófago en los malos tiempos, ahuyentando los huracanes con los sonoros ecos de su lira de oro.
El emprendía la marcha desfallecido, sin otro lastre que una taza de café recalentado o una copa de aguardiente, unas veces bajo la lluvia que se introducía por las rotas suelas de sus zapatos, otras sacudido por fríos huracanes que agitaban las mangas de su macferlán con aleteo de pajarraco fúnebre. Una mañana, al salir de casa, se detuvo asombrado.
En efecto, si en una estacion, cerca de alguna bella ciudad ó de un rico paisaje, se compara el espiritualismo poético de un monumento cercano, con las pilas de carbon de piedra y los prosaicos vagones, la desventaja es para ese instrumento poderoso de locomocion, que ha hecho del viaje una carrera, un tropel de huracanes y de impresiones que apenas comienzan a nacer cuando ya se disipan como una pesadilla.
¿Tan insensatas eran, teniendo esto en cuenta, las pretensiones de nuestro diputado? Poco a poco, aquella mar ligeramente agitada comenzó a encresparse rugiendo; soplaron los huracanes de la pasión política, y se desencadenó la tempestad.
Palabra del Dia
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