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Es tan malo de aqueste su gobierno, Que en sus penas á todos ver quisiera, Con saber que de aquesto la ganancia Que le viese, es tormento en abundancia. ¿Qué diremos de aquel gran marinero Carreño, que en tres dias vino á España De las Indias, trayendo mal tempero, Huracanes, tormenta muy estraña?

Era un comenzar a vivir extraordinario. ¡Después de haber dado la vuelta al mundo y respirado el ambiente voluptuoso de las islas del Pacífico; después de haber luchado con los huracanes del Atlántico, con los tifones del mar de la China y los bancos de hielo del Cabo de Buena Esperanza, encontrarse con una mujer joven, bonita, marquesa, que le dice a uno que le quiere!

El gobierno previsor de Buenos Aires no toleraba que los pueblos surgidos en el desierto tuviesen calles de menos de veinte metros de anchura. ¡Quién podía adivinar si serían algún día grandes ciudades!... Y mientras llegaba esto, las viviendas bajas y de un solo piso permanecían separadas de las de enfrente por un espacio enorme que barrían en línea recta los huracanes glaciales ó entoldaban con su niebla las columnas de polvo.

Despues de una hora de marcha lenta y perezosa por un sendero pedregoso y rudo, subímos á un estrecho volador que ceñia el costado del cerro. Toda vegetacion artificial habia desaparecido, y caminábamos al traves de enormes derrumbes que las nieves y las lluvias producen, al pié de manchas de abetos deteriorados por los huracanes.

Afortunadamente no es así; entre aparentes contradicciones, Dios triunfa siempre; entre huracanes y nublados, el sol siempre brilla. Mi mujer me esperaba con impaciencia; almorzamos en el restaurant de la calle del Banco, y empleé la tarde en escribir para La América, el primer artículo sobre la Europa. De este modo dió fin el dia vigésimo. =Dia vigésimo=. Historias. ¡Pobre Luisa!

Lo tan temido y esperado no tardó en llegar, negro, espeso, rugiente, furibundo, como si toda la mar con sus olas embravecidas, y sus huracanes y sus bramidos, y su empuje irresistible, hubiera salido de su álveo incomensurable para pasar por allí.

Y aun no se oyó acabar este fatal vocablo, cuando cayeron el uno en los brazos del otro, en olvido la tierra y los cielos, enloquecidos, arrastrados por esos huracanes de pasión que tornan veloces honor de varón, virtud de mujer, en flores marchitas, en muertos follajes, en huecas palabras.

No, no habían traído nada. La cuaresma había pasado así, había comenzado la semana de Dolores, estaba concluyendo... y nada. «Debe de ser de ella», pensó doña Paula cuando vio el papel que presentó Teresina. Sintió ira y placer a un tiempo. El Magistral sentía en los oídos huracanes. Temía caerse. Pero estaba dispuesto a salir.

Sólo los que conocemos la corriente de este río podemos comprender lo que representó aquella expedición, curso arriba y con buques de vela. Llevaban quince caballos para sirgar los barcos por la orilla en los pasos difíciles. Cuatro veces los huracanes rompieron las arboladuras de las embarcaciones.

Come el fruto vedado: las montañas se conmueven, obscurécese el sol, y la Sombra del Pecado apaga la luz de la Gracia, quedándose el hombre sumergido en profundas tinieblas; en vano llama á la Tierra, la cual se queja de que sus rosas purpúreas se han convertido en punzantes espinas; en vano al Agua, al Aire y al Fuego, que sólo pueden ofrecerle olas devastadoras, huracanes y relámpagos.