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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Aún no había dejado de llover, y Quevedo, que como tenía de todo, era algo médico, esperó que la humedad reblandeciese el cerebro de don Juan. Lo que demuestra que Quevedo, ya en aquellos tiempos, buscaba el alma en los nervios. No se engañó don Francisco. La excitación nerviosa del joven se modificó. Anduvo por algún tiempo en silencio asido al brazo de Quevedo.

En los márgenes, los grupos de hierba se destacan en negro á pesar de los copos blancos de que están cargados, si no están situados muy cerca del agua, donde la humedad ha producido el desprendimiento de pequeñas avalanchas de nieve.

Y la imagen de un vacío inmenso como único porvenir hizo saltar lágrimas de la humedad aglomerada en sus ojos. La música había cesado. Un camarero, inmóvil, fingía mirar á lo lejos, escuchando al mismo tiempo su conversación. Los dos ingleses interrumpieron su pintura para contemplar duramente á este gentleman que hacía llorar á una mujer.

Desde Pascua florida hasta el equinoccio de otoño próximamente, los curas se quedaban casi solos en el Espolón; pero en Octubre volvían algunas señoras que tenían miedo a la humedad y a la influencia del arbolado allá arriba en el paseo de Verano.

Semejante desnivel de temperatura en tan corto espacio, solo se explica por la grandísima altura que tiene Lucban con relación á Manila y por las continuas lluvias que mantienen una latente humedad en la atmósfera, refrescada por los Nortes y purificada por las azoadas emanaciones que recogen aquellos al recorrer las elevadas y espesas frondas del Banajao.

La calle de estribor estaba inundada de luz; la de babor guardaba la humedad del mangueo reciente, con una fresca penumbra de galería subterránea. Corría la sombra del buque sobre las aguas unidas y tranquilas, como una silueta chinesca. En su lomo se marcaban los perfiles de botes y pescantes y la masa cuadrangular de la chimenea.

Y las medias quedaron lavadas, y se trajo el azúcar y se limpió el espejo; pero, entonces, faltaron fósforos y hubo que poner un remiendo. En el patio de la cocina, el último de la casa, tan frío que la humedad trazaba verdosos arabescos en la pared sin cal, trabajaba la chica febrilmente.

Entonces aparecieron, en su intacta firmeza, los dos fuertes pechos bruñidos y cuasi dorados como copas de ámbar; y el mancebo sintió correr por toda su carne la tentación de aquella cintura cogida y de las abultadas caderas, irisadas por la humedad y la penumbra. La mujer caminó hacia la alcoba, con claro rumor de ajorcas y brazaletes, dejando la huella acuosa de sus pies en el mármol.

En cambio, tenía marcada ojeriza a los ríos. El aire del río le ponía ronco. La humedad le daba dolores de reuma. Las nieblas le sofocaban y le ponían asmático. Eso de que el aire fuese en ellos «encallejonado», le inspiraba una aversión y un desprecio indecibles. Don Melchor dormía poco.

Avanzamos lentamente arrastrándonos bajo las ramas; luego, tendidos sobre el vientre, apoyando la cabeza en nuestras manos, dirigimos nuestra mirada hacia el vacío. Las paredes del pozo circular, ennegrecidas á trozos por la humedad que destila la roca, descienden verticalmente; apenas si algún pequeño saliente se insinúa fuera del plano de los muros de piedra.

Palabra del Dia

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