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Actualizado: 10 de julio de 2025


La muchedumbre lanzó aclamaciones, pero éstas no iban dirigidas á la persona del Hombre-Montaña, como días antes, sino á su nuevo traje, en el que veían un símbolo de abdicación y de esclavitud. Adivinando otra vez la hostilidad que le rodeaba, Gillespie quiso retroceder hacia su vivienda, pero un leve abejorreo sonó en torno á su cabeza.

Esta capital de la República de los pigmeos se llamaba Mildendo en otros tiempos. ¿Cómo se titularía en el presente, después de haber ocurrido lo que el profesor Flimnap llamaba la Verdadera Revolución?... Las riquezas del Hombre-Montaña

Otro representante, el más joven de todos, rió de las lágrimas de Flimnap. Creo, doctor dijo , que mañana mismo se verá usted libre del cuidado que le da el Hombre-Montaña. Según parece, los altos señores del Consejo Ejecutivo piensan suprimirlo, para que no se burle más de nosotros. De cómo Edwin Gillespie perdió su bienestar y le faltó muy poco para perder la vida

Todos los diarios hablaban con elogios de su discurso en el templo de los rayos negros, lamentándose de haber desconocido durante tantos años á un orador tan eminente. Los periodistas le dieron una noticia que resultó la peor de todas. Gurdilo había anunciado su deseo de pronunciar un discurso en el Senado á propósito del Hombre-Montaña apenas se abriese la sesión.

El Padre de los Maestros acababa de llamarle para saber si tenía siempre lista la máquina que había servido para dar inyecciones soporíferas al Hombre-Montaña la noche que llegó al país.

Los que antes le detenían en la calle haciéndole preguntas sobre el Hombre-Montaña casi lo atropellaban ahora con sus máquinas terrestres. La mujer de negocios que le había propuesto un viaje triunfal por toda la República dando conferencias en compañía del coloso volvió la cabeza al cruzarse con él. En los salones de espera del jefe del Consejo aguardó inútilmente unas dos horas.

Todo el pueblo recordaba el espectáculo extraordinario de la tarde anterior, cuando llegó el Hombre-Montaña á los alrededores de la ciudad. El Consejo Ejecutivo había determinado darle alojamiento en la antigua Galería de la Industria, recuerdo de una Exposición universal celebrada diez años antes. Esta Galería era la obra más audaz y sólida que habían realizado los ingenieros del país.

Marchaban á combatir á los hombres porque estaban en la capital; de haberse encontrado en Balmuff, hubiesen ido á combatir á las mujeres, profiriendo gritos radicalmente contrarios con el mismo entusiasmo y la misma voluntad de ser héroes. El Hombre-Montaña adivinó desde las primeras horas del día que algo extraordinario estaba ocurriendo en la Ciudad-Paraíso de las Mujeres.

Era un cilindro de cristal no más grande que una uña del Hombre-Montaña. Al penetrar en la oreja aumentaba considerablemente su capacidad auditiva, haciendo oir la voz de los hombrecillos aunque éstos hablasen quedamente. Apenas lo puso Gillespie en el pabellón de uno de sus oídos, la Galería, que ordinariamente estaba en silencio para él, se pobló de murmullos y gritos.

Si no quedó tuerto Gillespie, fué porque los dos poetas, al retroceder para que su golpe fuese más terrible, desviaron un poco la lanza, rasgándole únicamente uno de los párpados. El Hombre-Montaña echó atrás la cabeza, separando los ojos de las ventanas con un pestañeo doloroso, pero inmediatamente puso su boca en una de ellas.

Palabra del Dia

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