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Momaren se arañó las muñecas en la obscuridad, preguntándose qué poder infernal al servicio de los envidiosos de su gloria había conseguido realizar esta catástrofe.... A ninguno se le ocurrió que el Hombre-Montaña pudiera haber empleado como asiento el techo que tenían sobre sus cabezas.

El Hombre-Montaña seguía respirando ruidosamente, y sus ojos apenas entreabiertos podían ver lo que ocurría alrededor de él, aunque de un modo vago. Distinguió cómo se movían sobre la arena obscura de la playa algunos animales todavía más obscuros. Sin duda eran compañeros de los asesinos, que se quedaban abajo para dar la señal en caso de peligro.

Calló un momento para reflexionar, y luego dijo con orgullo: Antes éramos nosotros los que nos asombrábamos al recibir la visita de un Hombre-Montaña. Ahora son los Hombres-Montañas los que deben asombrarse al visitar nuestro país. Hemos hecho triunfar revoluciones que ellos seguramente no han intentado aún en su tierra. Gillespie sintió desviada su curiosidad por estas palabras del profesor.

Insinuó la conveniencia de guardarlo por mucho tiempo, hasta saber, gracias á su cultura, los adelantos realizados en el mundo de los hombres monstruosos, y copiar lo que resultase aprovechable, si es que realmente había algo digno de imitación, lo que le parecía algo problemático. Es lástima que este Hombre-Montaña no sea una mujer....

Sosteniendo la chaqueta con una mano, metió la otra en el bolsillo superior, extrayendo uno tras otro á los dos pigmeos para depositarlos dulcemente en la popa de la embarcación. Ra-Ra se mostró sombrío y ceñudo, mirando al Hombre-Montaña con hostilidad, como si recordase aún el golpe que le había dado con un dedo para que permaneciese dentro del bolsillo.

El público, ya que no podía verle, concentraba su curiosidad en todo lo que era de su pertenencia, y por esto desde el amanecer se aglomeró en torno del palacio del gobierno para contemplar la llegada de los objetos extraídos del navío del Hombre-Montaña, que los buques de la escuadra del Sol Naciente habían remolcado el día anterior.

El orador no había sido nunca amigo del Hombre-Montaña; lo hacía constar desde el principio de su discurso. Si el mismo día de la llegada del gigante al país se hubiese acordado su muerte, el acto le habría parecido muy oportuno é inspirado en una verdadera prudencia política, mereciendo su completa aprobación.

Todos ellos recordaban su visita á la Galería da la Industria, y tenían al Hombre-Montaña por un animal enorme, cuya inteligencia estaba en razón inversa de su grandeza material. Gillespie había empezado por segunda vez la vuelta del edificio. Deténgase aquí, gentleman dijo de pronto Ra-Ra, ahogando su voz. Edwin no comprendió tales palabras. ¿Qué deseaba este pigmeo, cada vea más exigente?...

Un destacamento de la Guardia gubernamental, llegando en auxilio de la policía, libró al gigante del asalto de la muchedumbre. Al fin se encontró el medio de que todos pudieran contemplar al Hombre-Montaña sin que el desfile se cortase y sin que el templo de los rayos negros se viera abandonado por primera vez desde su fundación.

Poco después de amanecer ya estaba en pie el buen profesor, conferenciando con todos sus compañeros del Comité de recibimiento del Hombre-Montaña.