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Actualizado: 13 de mayo de 2025
En esotra celda, sobre un cofre lleno de doblones, cerrado con tres llaves, está sentado un rico avariento, que sin tener hijo ni pariente que le herede, se da muy mala vida, siendo esclavos de su dinero y no comiendo más que un pastel de a cuatro, ni cenando más que una ensalada de pepinos, y le sirve de cepo su misma riqueza.
De mi madre heredé plácida dulzura para la debilidad, sumisión respetuosa para todo acto de justicia, tendencia irresistible para compadecerme del ajeno dolor, y cierta delicadeza femenil que me ha causado muchas amarguras. Entregado a estas meditaciones pasé una hora.
Dios le bendiga replicó Rufina , y mi ojo no le haga mal ; y viviendo más que el mundo, nunca herede a su padre, y viva su padre más siglos que tiene almenas en su monarquía. ¡Ay, señor! prosiguió Rufina , ¿quién es aquel caballero que, al parecer, está vestido a la turquesca, con aquella señora tan linda al lado, vestida a la española?
Entre tanto, yo había cumplido ya los treinta y dos años; hacía seis que era doctor en ambos derechos, aunque sin saber, por desuso de ellas, para qué servían esas cosas; más de siete que campaba por mis respetos, y me daba la gran vida con el caudal que había heredado de mi padre. Porque de mi madre no heredé un maravedí.
Era como una red que la envolvía, y como pensara escabullirse por algún lado, se encontraba otra vez cogida. «No; habrán heredado la casa los señores de Ruiz Ochoa, o la mujer de Zalamero... Y después de todo, ¿a mí qué me importa que herede la finca Juan o Pedro? Yo no la he de heredar».
Que ningún otro, acá abajo, herede esta visión de mi espíritu, de esos pensamientos que a cada instante quisiera dominar y que se extienden como un hechizo sobre mi alma. Porque, al fin, esa brillante esperanza y ese tiempo liviano se han ido, y mi reposo terrestre, me ha dejado, él también, con un suspiro, al pasar.
DON URBANO. No estaba ya en el colegio. Vivía en Hendaya con unos parientes de su madre. Yo nunca fui partidario de traerla a vivir con nosotros; pero Evarista se encariñó hace tiempo con esa idea; su objeto no es otro que tantear el carácter de la chiquilla, ver si podremos obtener de ella una buena mujer, o si nos reserva Dios el oprobio de que herede las mañas de su madre.
Un poco... No sé cuánto... ¿De veras que no lo sabes?... Yo te lo pagaré cuando herede. Y con una franqueza brutal exteriorizó su pensamiento: ¡Cuándo me dejara en paz esa beata!... Los viejos deberían ceder su puesto á los jóvenes. ¿Qué placer pueden encontrar en seguir viviendo? Habían terminado de comer. Ella siguió llenando los vasos de los dos con aquella bebida.
En 1793 mi padre murió y yo heredé, aunque muy joven, la confianza que los Champcey habían depositado en él. Hacia el fin de este funesto año, las Antillas francesas fueron tomadas por los ingleses, ó les fueron entregadas por los colonos insurgentes. Un gran número de colonos franceses esparcidos en las Antillas, habían llegado á realizar sus fortunas, amenazadas á cada instante.
Mi padre quiso darme esa codiciada felicidad; no pudo lograr sus propósitos; pero de él heredé ese instinto de soberbia altivez con la cual rechacé en todo tiempo, de niño, de mozo, y de hombre maduro, la humillación indigna, la reprensión inmotivada, el atropello brutal de quien se consideraba superior a mí.
Palabra del Dia
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