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Actualizado: 13 de junio de 2025


Era crueldad expresarse así, y debía mi señora doña Bárbara considerar que allá se iban compras con compras y manías con manías. Y no paró aquí el réspice, pues a renglón seguido vino esta observación, que dejó helada a la infeliz Jacinta: «Doy de barato que ese muñeco sea mi nieto.

¡!... ¡ me acuerdo! exclamó Diógenes con una gran voz, estrechando entre las suyas, sin soltar el crucifijo, aquella mano helada de esqueleto, que llevó con gran vehemencia a sus labios. El viejo, con su serena sonrisa de niño, volvió el rostro hacia su compañero, diciendo con satisfacción íntima: ¡Se acuerda..., se acuerda!... ¡Bien lo decía yo!... ¡, por cierto!

Se llevaron anchos y bajos divanes a la sala; y allí, en el mismo silencio y la misma suntuosidad fúnebre que había incubado la muerte de mis hijos; en la profunda quietud de la sala, con lámpara encendida a la una de la tarde; bajo la atmósfera pesada de perfumes, vivimos horas y horas nuestro fraternal y taciturno idilio, yo tendido inmóvil con los ojos abiertos, pálido como la muerte; ella echada sobre el diván, manteniendo bajo las narices, con su mano helada, el frasco de Jicky.

Y mientras discurría de esta suerte para , aumentaba su deseo ansioso de que se reconstruyera el idilio y se casaran. Con la primera que se encontró fue con la misma Laura. Había adelgazado en pocos días. Vestía un batón azul, ceñido con cinturón de seda negra, y en tan descuidado arreglo, sin embargo, una gracia suave la envolvía. Adriana quedó helada.

Pasagero en el valle de la vida Clavó su tienda en medio del desierto, Y en busca de una linfa apetecida Cruzó animoso el arenal incierto. Y al percibir en su cabeza ardiente Del genio de la muerte helada brisa, En su rostro de luz resplandeciente Brilló inefable y plácida sonrisa.

Casi de los primeros que a ellas bajaron fueron D. José María Malespina y su hijo. Mi primer impulso fue ir tras ellos siguiendo las órdenes de mi amo; pero la imagen del marinero herido y abandonado me contuvo. Malespina no necesitaba de , mientras que Marcial, casi considerado como muerto, estrechaba con su helada mano la mía, diciéndome: «Gabriel, no me abandones».

«Dónde están mis camaradas «Del Cerrito y Ayacucho, «Que mordian el cartucho «Con indomable valor? «Dónde están? tal vez ahora «Duermen en la tumba helada, «Ó piden con voz quebrada «Una limosna por Dios!

Una especie de velo rojo obscurece mi vista, mis puños se crispan, poco falta para que le arroje su crimen a la cara. Y mientras esa idea me deja inmóvil y helada, ella me toma por el brazo y trata de apartarme para colocarse a la cabecera de Marta. Quizá esperaba intimidarme con ese proceder brutal.

¿Te acuerdas, Liette, del hermoso castillo de juguete que hizo construir tu padre en Trouville cuando no eras más alta que esos niños? La buena señora se animaba, y ante aquel flujo de vida que galvanizaba sus facciones ya fijas por la helada mano de la muerte, Liette volvía a la esperanza... ¿Quién sabe?

Aturdiose más y más Cervantes, más y más se acongojó, más y más el miedo de la justicia de Dios acometiole, y trémulo, y cobarde, hacia el aposento que había dejado tornose. En aquel punto oyose una puerta que violentamente se abría. El perro continuaba ladrando, y de improviso una mano helada asió una mano de Cervantes, y llevósele. Pero lo que aconteció requiere capítulo aparte.

Palabra del Dia

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