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Levantéme, aunque tarde, hambriento y soñoliento, sin saber dónde estaba, que aún me parecía cosa de sueño; cuando vi que eran veras, dije entre : "Echada está la suerte, vaya Dios conmigo", y con resolución comencé mi camino; pero no sabía para dónde iba ni en ello había reparado.

Era dolor, tristezas y tormentos, El ver poblar las horcas de hambrientos. Aquellos que el huirse no han certado, Juzgaban por no ver camino cierto; Y al perro que hallaban desmandado Mataban: y aun á penas era muerto, Cuando estando cocido ó mal asado, En el hambriento vientre era encubierto, Temiendo que si el dueño lo supiera, La presa de las manos les cogiera.

Dicho esto, bajó muy ligera, procurando no ser vista. El joven sintió más encendida su gratitud hacia aquella señora, que ya había hablado en su defensa la noche anterior. Al poco rato volvió la devota trayendo un desayuno que, aunque escaso, bastó para reponer al hambriento. Mi hermana no lo llevará á mal dijo; pero no se lo diga usted.

La mesnada de torpes asesinos Que deshonran el nombre de Argentinos Volaron cual hambriento gavilan, Y al barbárico son de un clamoréo Llegan ante la gran Montevideo, Donde los libres en su puesto están. Llegan, y se detienen asombrados Ante los fuertes muros, levantados Del pueblo por la mano colosal: Y en el Cerrito de eternal memoria Donde Rondó se coronó de gloria El invasor levanta su real.

No comprendía Maximiliano a cuenta de qué era aquello; pero tenía su espíritu admirablemente dispuesto para recibir toda sutileza que se le quisiera echar; estaba hambriento de cosas ideales, y la meditación, el estudio y la soledad habíanle dado una receptividad asombrosa para todo lo que procediera del pensamiento puro.

¿Que me han informado mal? por cierto: ¿sabéis lo que eran los polvos con que se avió la perdiz que se puso en la mesa de su majestad? Un veneno tal, que el paje Gonzalo que comió las pechugas de la perdiz, reventó á los cuatro minutos, y que hizo que el gato del tío Manolillo, que siempre está hambriento, no quisiera comer los pocos restos que quedaron de la perdiz.

Su extracto es muy corto: Una fría madrugada de invierno salían varios jóvenes calaveras de una casa en que imperaba la crápula y el desenfreno: al abrir la puerta, cayó al suelo un pobre barrendero que, hambriento y aterido, se había refugiado al hueco de su quicio para librarse de la nieve que caía con gran abundancia.

El capitán Maclure había penetrado por el estrecho de Behring, y encerrado en medio de los hielos, hambriento, imposibilitado de volverse atrás al cabo de dos años, aventurose á avanzar. Sólo llegó á andar cuarenta millas, mas encontró en el mar del Este algunos buques ingleses. Su atrevimiento le salvó, consumándose de esta suerte el gran descubrimiento.

Tras de la bebida espirituosa, el señor de la torre va alimentando con prudencia al hambriento y aterido, que devora, más que come, cuanto le ponen delante de la boca. Ya hay hombre; pero alelado, taciturno y entristecido. Es preciso curar también aquella tristeza; y manda que le cuenten algo entretenido los que sepan cuentos o romances.

Todo aquello es suntuoso y promete un excelente servicio para el viajero que llega fatigado y hambriento. Pero luego viene la realidad á establecer una triste compensacion. En Inglaterra todo es extremoso, en general: allí la riqueza colosal vive al lado de la miseria suprema; lo admirable alterna con lo inmundo.