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Cuando al otro día fue el canónigo a hablarle hallolo cambiado: cerdeaba, gruñía, sacudía la cabeza, hablaba con palabras entrecortadas del lujo con que habían criado a Fernanda, de los grandes gastos que el matrimonio trae consigo. En resumidas cuentas, pedía una dote. El penitenciario, que era hombre justificado y de genio vivo, no pudo contenerse ante tal vileza y le llenó de denuestos.

De puntillas, pero velozmente, se dirigió al gabinete presa por un movimiento automático, como si, habiendo encontrado allí al Duque una vez, fuese de necesidad que estuviese siempre. Grande fué su estupor al encontrarlo desierto y obscuro. Quedó un momento clavado al suelo. Pero movido súbito por una idea, corrió al cuarto matrimonial, donde Ventura dormía. Hallólo cerrado por dentro.

Una de las pocas amigas que tenía vino un día a invitarla para asistir a cierta comedia casera. Esta amiga era a su vez invitada, pero tenía libertad para llevar a quien quisiese. Consultó el caso con su marido. Hallolo bien Mario y aun prometió acompañarlas si alguna ocupación urgente no se lo impedía. Como era domingo el día señalado, y por la tarde, no hubo inconveniente.

En todas partes desplegaba la misma franqueza cordial, un buen humor y una gracia que hacía apetecer su compañía. Hallolo en la ignorancia supina de ésta. La infeliz no sabía siquiera leer y escribir. Romadonga, lleno de celo pedagógico, se brindó a enseñarla en poco tiempo. Cuando la vio medianamente impuesta en estas materias no por eso se apagó su ardor instructivo.

Hallolo en la huerta totalmente abstraído en la contemplación melancólica de un pie de berza en que las orugas se habían ensañado. Andrés no anduvo con rodeos. Se lo anunció de golpe y porrazo. Tío, mañana me voy. El pie de berza se sintió abandonado súbitamente. ¿Cómo... cómo... cómo? Que mañana me marcho. ¡Pero así, tan de repente! ¿Qué mosca te ha picado, chico?

Hallólo, al fin, en Celestino Reguera, famoso acuarelista de la Escuela sevillana, de esos que prefieren lo correcto a lo grandioso y tienen en más un paisaje de Watteau que una sibila de Miguel Ángel.

Y llegado que fué Inca Yupanqui á la ciudad del Cuzco, mandó á su amigo Vicaquirao que volviese á su padre Viracocha Inca, y que le dijese que viniese á su ciudad, que le tenia guardadas las cosas ya dichas para que dellas triunfase; y ansí mandó que saliesen con él tres mill hombres que le guardasen y acompañasen. Y ansí, se partió Vicaquirao; y llegado que fué al peñol do Viracocha Inca estaba, hallólo que estaba en grande llanto él y los suyos por la muerte de los que Inca Yupanqui les matara en la emboscada, en la cual habian sido muertos muchos señores principales de los que con él tenia; y como tuviese nueva Viracocha Inca que de hácia el Cuzco venia gran golpe de gente de guerra, tenia que volvia su hijo sobre él á le matar á él y á los suyos que consigo tenia, y entró allí en breve consulta con los suyos, en la cual acordaron, que si de guerra venia su hijo sobre él y caso fuese que á plática viniesen de algun concierto ú otra cosa en que fuese pedille vasallaje, que hiciese todo aquello que por él le fuese pedido é demandado.

Cuando la buena mujer, fatigada, regresó a su domicilio, hallolo turbado por la presencia de Mario, que después de buscarla en vano por todo Madrid había venido a esperarla. El estado del escultor era tan lamentable que la sobrina tuvo que hacer tila y sacar el frasco del antiespasmódico. Cuando D.ª Rafaela le dijo que nada sabía del niño después de haberle besado en el Retiro a eso de las tres, fue acometido de un desmayo. Salió de él en seguida gracias a los cuidados que le prodigaron. Y en cuanto recobró el sentido tomó el sombrero y salió acompañado de D.ª Rafaela. Fueron a su casa. Carlota estaba ya de vuelta y con ella su madre, su hermana, D. Pantaleón y Timoteo. Rivera llegó también a los pocos momentos. La casa era un campo de desolación: no se oían más que lamentos y sollozos. Todos parecían haber perdido la razón menos Carlota. La infeliz madre, blanca siempre como una estatua, no se entregaba a vanos gritos de dolor; ocupábase en disponer los medios de recuperar a su hijo. En aquel momento hablaba con el delegado de policía del distrito.