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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Vaya si la doy... Me pongo mi abrigo de terciopelo, mi capota, mis guantes y ¡hala!... Ahora se me ocurre que debo empezar por darle una embestida a mi amiga Guillermina, que se hará cargo de la justicia del caso... Sí, ¡magnífica idea!
Llegados al puerto, se dirigió a un quechemarín que estaba atado a una argolla, y bajó a él. No hay nadie. ¡Es magnífico! Hala, bajad. ¿Aquí? pregunté yo en el colmo del asombro. ¿Por qué no? ¿Qué importa robar un bote o un barco de vela? Es lo mismo. En el fondo tenía razón. Soltamos la amarra, y los tres, apoyándonos en la pared de un malecón, sacamos el queche fuera del puerto.
Al amanecer del día de San Antonio se colocan los pastores con el toro y los perros en un punto convenido, acude á él cada vecino con el ganado que quiere enviar al puerto; y formada de este modo la cabaña, hala que te vas, comienza á marchar en busca de Peñalabra ó Palombera, los cuales puertos no encuentra sino después de haber estado por espacio de tres días anda que te anda y sube que te sube, al son de los cencerros y al de los elocuentísimos jujeos y silbidos de los pastores.
Déjese usted de alquitranes y de potingues. Ni curas ni boticarios me sacarían un cuarto. Que coman yerba..., ¡hala! Y a ustedes los médicos, si yo arreglara el mundo, los pondría a que me barrieran las calles, a que me desecaran los pantanos, a que me desinfectaran las alcantarillas... Ahí es donde están las enfermedades.
Al poco rato del feliz estreno, se apareció un individuo de la ronda secreta que, empujándola con mal modo, le dijo: «Ea, buena mujer, eche usted a andar para adelante... Y vivo, vivo... ¿Qué dice?... Que se calle y ande... ¿Pero a dónde me lleva? Cállese usted, que le tiene más cuenta... ¡Hala! a San Bernardino. ¿Pero qué mal hago yo... señor?
¡Vaya si golía!... Los cazolones los tiene en ca el sacristán. Allí vienen y se los llenan, y hala con todo para Cuatro Caminos. El marido... añadió la Burlada echando lumbre por los ojos , es uno que vende teas y perejil... Ha sido melitar, y tiene siete cruces sencillas y una con cinco riales... Ya ves qué familia.
Detrás está la tienda del kabila, que lleva a los viajes: el pollino se revuelca en el polvo: el hermano echa en un rincón la silla de cuero bordado de oro puro: el viejito a la puerta está montando en el camello a su nieto, que le hala la barba. Y afuera, al aire libre, es como una locura. Parecen joyas que andan, aquellas gentes de traje de colores.
Esperamos a ver lo que ocurría, los seis hombres en los remos; yo, de pie, en el timón. Una de las barcas pasó; la otra, según dijeron, se perdía. ¡Hala! ¡Fuera! dije yo. Salimos de las puntas. El horizonte se llenaba de nubes negras, cuyas formas cambiaban continuamente; a lo lejos, en el fondo del cielo, cerca del agua, se veía una barra negrísima, cuyo borde superior tenía un tinte cobrizo.
Formó su resolución con voluntad heroica; y en cuanto llegó el mancebo a la botica, y se marchó el comandante, y Leto subió al piso, cogió él el sombrero y la caña... y ¡hala para arriba!
El ros tuvo en sus orígenes plata y oro, insignias de comandante. Pecado le hizo ganar de un salto la mayor jerarquía militar con una prontitud que envidiaría la misma Gaceta..., ¡hala! Dejemos a Majito con el ros encasquetado, el sable en la derecha mano, en actitud tan belicosa, que si le viera el sultán de Marruecos convocara a toda su gente a la guerra santa.
Palabra del Dia
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