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Actualizado: 1 de junio de 2025


El aya levantaba sus ojos profundos y los fijaba un instante en el grupo de los caballeros. Al fin, nuestro señorito decidióse á tomar una de las copas que aún quedaban sobre la mesa. Empezó á observarla escrupulosamente, dándole vueltas y más vueltas en la mano, haciéndola sonar con un golpe de uña y llevándola después al oído para escuchar sus vibraciones hasta que morían.

Enterose con amabilidad de los pormenores de su vida y fue poco a poco ganando su confianza, haciéndola hablar con más desembarazo. Pero el baile se había deshecho. Algunas jóvenes se fueron para sus casas; otras, y con ellas algunos galanes, vinieron a sentarse delante del estanquillo, para lo cual doña Rosalía les consintió sacar más sillas y un banco largo.

La interpretación de ciertos simbolismos y la sorpresa de ver explicadas cosas que antes no comprendiera, derramaron en su alma una satisfacción tranquila, un goce exento de egoísmo, pero que llegaba a producirla cierta excitación, haciéndola experimentar aquella complacencia propia de los cerebros débiles que, al descubrir algo nuevo para ellos, piensan haber hallado lo verdaderamente extraordinario.

Tanto que, dando al traste con todas sus ambiciones y temores, se resolvió a salir de aquel miserable estado haciéndola suya. Tomada esta resolución, descansó como si le quitasen un gran peso de encima, y logró dormir tranquilamente.

Con ligereza suma introdujo la hojilla caldeada por debajo del lacre del cartapacio, y haciéndola girar lentamente, desprendió el sello tan entero y tan intacto, que de nuevo podía volverse a pegar sin rastro alguno de fractura. Después púsolo con grande precaución en un extremo del velador, sobre una hoja de papel blanco.

Sentía la señora de Jáuregui el goce inefable del escultor eminente a quien entregan un pedazo de cera y le dicen que modele lo mejor que sepa. Sus aptitudes educativas tenían ya materia blanda en quien emplearse. De una salvaje en toda la extensión de la palabra, formaría una señora, haciéndola a su imagen y semejanza. Tenía que enseñarle todo, modales, lenguaje, conducta.

En el jardín griego, uno de los bancos de mármol sostenido por cuatro victorias aladas atrajo la atención de ella, haciéndola permanecer inmóvil y pensativa. ¿Te acuerdas del «banco de los viejos»? dijo de pronto.

Se puso en pie y abriendo la puerta cuchicheó un instante con Jacoba, que estaba fuera de centinela. Al cabo de pocos minutos la obesa medianera abrió otra vez la puerta cautelosamente y les entregó la niña dormida. Amalia se sentó, haciéndola descansar en su regazo.

Corrió allá Fortunata muy afligida, y le vio incorporado en el lecho, afectando tranquilidad y alegría. «No es nada de particular le dijo, haciéndola sentar a su lado . El médico se empeña en que no salga. Pero no estoy mal; casi casi estoy mejor que los días pasados.

Yo lo mucho que vales y puedes le dije, haciéndola ruborizarse de placer. Pero, señor, no sólo es eso lo que lo aleja de Zenda. En el castillo tienen ahora mucho que hacer. Pero si el Duque no está de caza... No, señor; pero Juan tiene a su cargo el servicio interior. ¿Juan convertido en doncella de servicio? La muchacha se desvivía por chismear un poco.

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