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Artegui y Lucía eligieron una mesa chica para dos cubiertos, donde podían hablarse frente a frente, en voz baja, por no lanzar el sonido duro y corto de las sílabas españolas entre la sinfonía confusa y ligada de inflexiones francesas que se elevaba de la conversación general en la mesa grande.

Esto hacian ya que les era impedido comunicarse de otro modo, porque como los inquisidores vencian en crueldad á Diocleciano, á Neron, i á los demás emperadores que fueron azote del cristianismo, no dejaban á los reos verse mas que en la hora del suplicio, i hablarse en ningun tiempo.

Para hablarse necesitaban gritar, porque el ruido del tambor y la gaita y las castañuelas era ensordecedor. De vez en cuando se producía viva llamarada en uno de los ángulos de la plazoleta, subía un cohete y estallaba en el aire. Era Celso, quien, despreciando el bailotéo por grosero y prosaico, se entretenía en dispararlos rodeado de niños.

Fernando aprobó otra vez. El dolor anulaba su voluntad, y por esto aceptó como una dicha la prolongación de su tormento. Volvieron a tomarse del brazo y caminaron silenciosos, lentamente. Sus ojos se rehuían. Evitaban hablarse, temiendo despertar con las palabras su desesperación.

Hablarse sin miedo, que ya yo que buscas ser algo más que mi ahijado... ¡Lástima que andes en esa vida! Y le aconsejaba que ahorrase, ya que la suerte se le presentaba de frente. Debía guardar sus ganancias, y cuando tuviese un capitalito, ya hablarían de lo otro, de aquello que no se nombraba nunca, pero que sabían los tres. ¡Ahorrar!... Rafael sonreía ante este consejo.

El vaquero Emperador, anónima, licencia de 1672. Pachecos y Palomeques, de D. José Antonio García de Prado, licencia de 1674. El mejor maestro Amor, de D. Manuel González de Torres, licencia de 1683. Amar sin favorecer, de Román Montero, 1660. Casarse sin hablarse, anónima, licencia de 1641. Vida y muerte de San Blas, de Francisco de Soto, licencia de 1641.

Hacía un día frío; tomamos la carretera y fuimos marchando por la costa, azotados por una lluvia menuda. Allen y Ugarte no querían hablarse. Para no tener relación el uno con el otro, Ugarte me hablaba en castellano y Allen en inglés. ¡Que por un canalla miserable tengamos que andar así! murmuraba Allen, entre dientes.

Por el camino, que era quebrado y ameno y muy sombreado de árboles, como casi todos los de la montaña, Rosa y Andrés no cesaron de hablarse con los ojos tiernamente, mientras los labios articulaban palabras insignificantes acerca de la fiesta, del tiempo o de la hoguera de la noche anterior.

Vamos, no vale hablarse al oído dijo doña Paula con la susceptibilidad vidriosa que caracteriza a las mujeres del pueblo. Déjelos usted, señora replicó Nieves. Están hablando de : no hay que quitarles el gusto. Cierto; Pablo me hacía notar el color rojo de ciertos labios, la transparencia de cierto cutis, un pelo dorado a fuego...

Guiomar y don Íñigo se veían tan sólo a las horas de la comida y de la cena. El anciano, sentado a la cabecera, y su hija, hacia un extremo de la tabla, entre Ramiro y el Capellán, permanecían todo el tiempo sin hablarse. En medio del angustioso mutismo, cualquier rumor, el choque de la platería, las pisadas de un paje, el grito de los buhoneros en la calle, cobraba un eco solemne.