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Actualizado: 9 de octubre de 2025


Acaeció, pues, que, yendo don Quijote con el aplauso que se ha dicho, un castellano que leyó el rétulo de las espaldas, alzó la voz, diciendo: ¡Válgate el diablo por don Quijote de la Mancha! ¿Cómo que hasta aquí has llegado, sin haberte muerto los infinitos palos que tienes a cuestas?

Pos ¿quién te le dió, cuando debieron haberte leído la sentencia de muerte? Un cabo de cañón y un terrestre de mucha soflama que mandaban allí. ¿Y el señor comendante y los oficiales? Harto tuvieron que hacer con tomar puerto en la cámara, después de tumbar á media docena de prenunciaos. Pero, retiña, ¿cómo no te ahorcaron al saltar á tierra?

Recapituló a mi presencia el empleo de sus noches de toda la semana, pero sin mi presencia, por supuesto. ¿ Me acompañarás esta noche? le preguntó a su marido. Me pides una cosa que creo no haberte negado nunca replicó el señor De Nièvres con bastante frialdad. Me siguió hasta la puerta de su gabinete, apoyada en el brazo de su marido, erguida, confiada en aquel sólido apoyo.

Eso no está bien. Me lo dará después replicó el mancebo riendo . No me puede suceder nada. Me encuentro bien. Y si algo me sucede algo, no me importa. No, no me importa quedarme ciego otra vez después de haberte visto. ¡Qué bueno estaría eso!... dijo Florentina en tono de reprensión. Estaba en mi cuarto solo; mi padre había salido, después de hablarme de ti.... ya sabes lo que me ha dicho....

- tienes razón, Sancho amigo -respondió don Quijote-, y halo hecho muy mal Altisidora en no haberte dado las prometidas camisas; y, puesto que tu virtud es gratis data, que no te ha costado estudio alguno, más que estudio es recebir martirios en tu persona.

Esa mujer no puede pecar, porque es inocente de su caída. Los pecados de esa mujer pesan sobre tu conciencia. Tanto pecarás cuanto ella peque, y ella permanecerá limpia, porque no es suyo su pecado. Todo le será a ella perdonado, por haberte amado tanto.

Cuando le hice presente a aquélla mis quejas y le expuse amargamente los abrumadores trabajos que D. Oscar me imponía, exclamó riendo: ¿Te habías figurado, hijo, que el conquistar esta plaza no había de costar ninguna pena? Si fuese en otro tiempo, estarías a estas horas en un calabozo de la Inquisición por haberte atrevido a galantear a una monja.

Con lo cual creo haberte convencido de otra ventaja que llevan los batuecos a los demás hombres, y de qué cosa sea tan especial el miedo, o llámase la prudencia, que a tal silencio los reduce.

El segundo perdón que te pido es por no haberte contestado antes. He estado enferma, como habrás visto en las crónicas sociales de los diarios, donde queda, para los fines de la posteridad, el historial del curso de mi dolencia. Hemos sido muchas las personas «importantes» que hemos sufrido este invierno las destemplanzas del tiempo.

Palabra del Dia

neguéis

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