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Actualizado: 27 de octubre de 2025
PAVO TRUFADO. Se procura, después de limpio el pavo, quitarle la piel entera; las pechugas se cortan a tiras después de haberlas separado enteras, y también se corta a tiras después jamón y lomo.
No sé en qué puedo haberlas ofendido. ¿Qué he dicho? Ha dicho usted lo que no quiero recordar dijo Paz, limpiándose la consabida. Ha dicho usted que su sobrino se enmendará. ¡Oh! no puedo creer que usted... exclamó Salomé. Adiós, señor don Elías. Adiós, señor don Elías. Se fueron.
El Conde, en su arte, no era menos que Zadig, y daba por seguro que él sabría decir quiénes eran las dos desconocidas por el mero hecho de haberlas visto un instante; pero no quería reflexionar, no quería interrogarse sobre este punto. Otra vanidad mayor que la vanidad de ser tan experto se lo impedía.
Te han acusado de haberlas vendido porque había que dar una explicación al desempeño y porque la justicia quiere comprenderlo todo. Pero lo cierto es que Lea recuperó sus alhajas antes de partir. Todo estaba arreglado de este modo para hacer de ti un ladrón y un asesino.
«No pasa día sin que tropiece en la calle con personas, que ni siquiera se cuidan de saludarme, porque creen haberme pagado bien con su dinero, y sin embargo, a haberlas yo abandonado, ahora reposarían para siempre en el fondo del sepulcro, en vez de pasear a la luz del sol... ¡Y yo, que he sabido combatir a la muerte y llegar a humillarla en pro de seres extraños y hasta desconocidos para mí, tendré que sucumbir forzosamente ahora que lucho por la vida de mi hija, que es mi propia existencia!
Con igual firmeza los de Aldama rechazaron este deseo e impusieron sus condiciones. Dos disparos simultáneos a treinta pasos: inmediatamente otros dos a veinte avanzando cinco cada uno. Cuando salían del saloncito después de haberlas convenido llegaba Narciso Luna, aquel joven-viejo o viejo-joven amante de la condesa de Peñarrubia.
A media mañana entraban por la puerta del salón de la casona la hija y la nieta de don Pedro Nolasco, poco después de haberlas oído yo «gorjear» y llenar el pasadizo de voces argentinas y armoniosas. También las había adivinado mi tío. ¡Jesús!... ¡la cellerisca! había exclamado, al oírlas, en un tono que revelaba más alegría que pesar.
¡Cómo no ha de haberlas! y de primera fuerza: pregúntaselo a Voltaire. ¿A Voltaire? ¡Qué mal ejemplo has presentado!... ¿Por qué? repuso Ricardo, turbado visiblemente, pero dando a su voz una inflexión destinada a disimular la contrariedad de haber citado por oídas, ya que nunca había leído ni una línea del famoso escritor francés. Porque cuando Voltaire tuvo viruelas llamó al confesor.
Desde que llegara del servicio, hacía ya cerca de un año, había mostrado tanto apego á los recuerdos de su vida militar, como horror y desprecio á las faenas agrícolas, en que por desgracia había vuelto á caer. Hasta afectaba haberlas olvidado y desconocer el nombre de algunos instrumentos de labranza. Por esto sufría encarnizada persecución de su abuela. ¡Terrible mujer la tía Basilisa!
Yo no creo que le sea fácil a ningún hombre el poder descansar tranquilo en el otro mundo, si no ha llenado su deber para con las criaturas infortunadas que le han tocado en suerte sin haberlas pedido.
Palabra del Dia
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