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Hablaba el autor de la belleza, y decía que era el resplandor de la bondad y de la verdad, con otros muchos conceptos ingeniosos y tan bien traídos y pensados, que daba gusto oírlos. Ese libro dijo la Nela queriendo demostrar suficiencia no será como uno que tiene padre Centeno, que llaman... Las mil y no cuántas noches.

Como pronto habían de tener casa de techos altos, esto no era inconveniente. También le hizo adquirir el de los caracoles unos muebles chapeados de palosanto, y algunas alfombras buenas, que tuvieron el acierto de no colocar, extendiendo sólo retazos allí donde cabían, para darse el gusto de pisar en blando.

Lo que es una verdad de a folio dijo Rafael es el que estáis lindísima con ese peinado, y que ese vestido es del mejor gusto. ¿Os agrada? exclamó la elegante joven, dejando de repente el tono sentimental . Son estas telas las últimas nouveautés, es gró Ledru-Rollin.

En el ínterin, pues, que el Padre estaba con todo su espíritu recogido en Dios tratando este negocio, vino del Pilcomayo un cacique con seis vasallos suyos, pidiéndole no difiriese un punto de ir á darles noticia de Dios Nuestro Señor; y luego manifestaron las veras con lo que decían las obras, oyendo con gusto y atención la explicación de la Doctrina Cristiana, y estando siempre obedientes á su voluntad.

Muy bien, Pedro... mucho te lo agradezco... y Beatriz también, supongo... aunque te diré con franqueza que los hombres tienen la mano demasiado pesada para estos delicados menesteres... no hay como Beatriz para arreglarme los cojines sin molestarme... ¿No es verdad, señor Fabrice?... Además, hijo mío, no quiero monopolizarte... eres aquí un poco dueño de casa... y te debes a mis huéspedes, que son también los tuyos... Anda, pues, con ellos... anda... ¡dame gusto!... anda.

¿Conque ha estado usted enamorada de un militar? preguntó con graciosa volubilidad Emilita, dirigiendo al mismo tiempo una mirada provocativa a Núñez. Pues ha tenido usted bien mal gusto.

Llovían sobre la tela roja las monedas de cobre según el gusto que habían dado a los vecinos las proezas de los forasteros, y terminada la corrida emprendían la vuelta a la ciudad, sabiendo que en la posada se había agotado su crédito. Muchas veces reñían en el camino por la distribución de la calderilla guardada en un pañuelo anudado.

El aplauso y protección de las esferas oficiales ya hemos visto también que buscó de preferencia otras frentes para colocar en ellas sus coronas. El poeta habrá conocido en la última época de su vida la amarga sensación de sobrevivirse, de quedar rezagado en la marcha del gusto público de su tiempo.

Ya que le has dao una paliza gitana en la tienda de la Parra y luego la licencia absoluta. Te engañas, máscara. Se ha marchado ella por su gusto. ¡Ay, Velázquez, qué malo eres y qué traidor con las pobres mujeres!... Pero Dios te castigará algún día; no tiene remedio. Dame la mano, falso; voy á decirte la buenaventura. Tómala, niña, y hazlo vivito que se reúne mucha gente.

Si yo lo supe todo por boca de Santiaguito, el hijo de mi compadre don Venancio, que es mi discípulo. El chiquillo me contó la cosa del pe al pa. Pero, hijo mío: no hablemos más de eso. ¡Estoy muy contento; me da gusto verte tan grande! Dime: ¿has aprendido bien? ¿vas a seguir los estudios? Síguelos, síguelos, que harás buena carrera. Todavía te acordarás del latín, ¿verdad? Ya lo veremos.