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Estas cenizas sólo para nosotros esconden un poco de calor». Fortunata, que tenía en cada mano una de las gruesas bandas de sus cabellos negros, apartándolas como si fueran una cortina, no sabía si reír o echarse a llorar... ¿Has hablado con él...? dijo conmovida y al mismo tiempo sonriente.

Salgo de la plaza. La calle es recta. A uno y otro lado se alzan los negros caserones con sus rejas gruesas y balcones volados. Y otra iglesia, también ruinosa, también cerrada para siempre, muestra su fachada con medallones y capiteles clásicos... Andando, andando, doy con el campo.

Sonrió tristemente al oír la palabra probidad que tan mal concordaba con la irreparable desventura cuya responsabilidad pesaba, a sus ojos, sobre Oliverio. Es el más feliz de todos nosotros dijo. Y gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas. Dos días después Julia pudo ya dar algunos paseos por su habitación.

Cuando terminó, levantóse vivamente del asiento, el rostro pálido, las manos convulsas, y salió con precipitación de la estancia. Al cruzar el pasillo para dirigirse a su cuarto, dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.

Pero cuál fue la sorpresa de D. Fernando al encontrar á su hija mas querida en aquella situacion; aquellos ojos desencajados, aquel rostro cadavérico, y aquella errante mirada! Cuando se le venia á la memoria lo que habia sido causa de que su hija estuviera en aquel estado, la pena lo ahogaba, y gruesas lágrimas surcaban sus mejillas.

Pero como se lo pedía su mejor amigo, entregaba el rosario, dejando una de sus manos sin empleo; un rosario como todos, pero de gruesas cuentas rojas y con los dieces negros.

Esto de las muertes es como las cerezas. Se tira de una y las otras vienen detrás a ocenas. Hay que matar pa seguir viviendo, y si uno siente lástima, se lo comen. Hubo un largo silencio. La dama contemplaba las manos cortas y gruesas del bandido, con sus uñas roídas.

Todo esto respiraba un sentimiento idílico, de suave felicidad, que, como contraste a sus refinados amores cortesanos, le causaba un gran deleite. Maximina siguió caminando en silencio. ¿Te ha reñido tu tía? No. Volvió a guardar silencio. Al cabo de un instante, acercando más el rostro, observó que algunas gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.

Paquito nada había dicho; púsose muy encarnado, con ese santo carmín con que el pudor instintivo tiñe las facciones de la inocencia, y destrozando entre sus deditos, sin darse cuenta de ello, una anforita romana, extraño lacrimatorio de vidrio que había sobre una mesa, ocultó con varonil esfuerzo las gruesas lágrimas que le brotaban de los ojos.

Las hay de muchas especies: unas, terrestres, que son las más comunes, gruesas, cortas y con las patas parecidas a troncos; otras, de lagunas y pantanos, que son las más pequeñas; otras de río, y por último otras de mar. En esta isla abundan todas las especies, y los salvajes hacen gran consumo de ellas, pues su carne es superior. ¿Y de qué se alimentan?